4/8/12

The Starting Line- Capítulo 2


            Apenas su celular comenzó a vibrar, Tom se apresuró a manotear atolondradamente la mesita de noche. Una vez que sintió el contorno de la fría pantalla de su I-phone, lo envolvió en su mano y lo trajo hacia sí. Con los ojos entrecerrados en un intento de evadir la molesta luz que provenía de su teléfono, apretó con la yema de su dedo índice algún punto de la pantalla, sin ver realmente lo que hacía. –Fuck-, musitó en voz alta, dándose cuenta de que el aparato seguía vibrando. Se incorporó en la cama apoyando uno de sus codos contra ella, y abrió un poco más sus ojos para procurar que estaba apretando el lugar correcto para apagar la alarma. Todas las mañanas le pasaba lo mismo. Ese era justamente el motivo por el cual decidía usar como despertador su teléfono: le costaba tanto poder apagarlo que finalmente era lo que lograba despertarlo del todo. Aún así, no podía evitar ponerse de mal humor cada vez que lidiaba con el maldito aparato.
            Una vez que logró que dejara de vibrar, lo colocó de nuevo sobre su mesita de noche y giró en sí para mirar a su esposa. Natalie se estiró en su lugar, abrió uno de sus ojos inconscientemente y, sin intenciones de despertarse, se acercó un poco más a Tom, poniéndole uno de sus brazos sobre su pecho desnudo. La habitación comenzaba lentamente a iluminarse a medida que los primeros rayos del sol se colaban a través del ventanal que adornaba el dormitorio. Eran las 5 de la mañana, estaba amaneciendo y Tom ya estaba despierto del todo, sabiendo que no podría volver a dormirse. De todas maneras tampoco pensaba hacerlo: quería aprovechar el día desde temprano y tenía cosas por hacer. Pero decidió que quedarse unos minutos más en la calidez de su cama no le haría mal a nadie.
            Observó a Nat, que yacía a su lado, durmiendo profundamente. No llevaba ni una gota de maquillaje, su pelo estaba alborotado y desprolijo, y aún así se veía radiante. Era esa simpleza en ella lo que lo había enamorado años atrás.
            Recordaba con absoluta claridad la primera vez que la había visto. Fue en la Universidad de Edimburgo, donde Tom cursó un año de Historia del Arte. La verdadera razón por la cual había decidido entrar a la Universidad fue por presión de sus padres; había estado interesado en la música desde que tenía uso de razón, y sabía en lo más profundo de su ser que eso era lo único que quería hacer en su vida. Pero eso sus padres no lo entendían, y prácticamente le exigieron que si quería seguir haciendo música, primero tendría que tener una formación profesional que lo respaldara en el caso de que no llegara a ninguna parte. Por lo tanto, después de tomarse un año sabático en Sudáfrica ayudando a su padre con su fundación benéfica, Tom volvió a Reino Unido para cumplir con el capricho de sus padres. Capricho que años después termino agradeciendo.
             Fue en su primera clase de Historia del Arte I, materia que tuvo la suerte de cursar con un viejo compañero de secundaria, Matthew McCannon. Tom se había encontrado con Matthew de casualidad la semana anterior, en su primer día de clases, y ambos se volvieron muy compinches, ahorrándose el molesto proceso de encontrar un nuevo grupo de amigos en un lugar desconocido. Nunca había tenido tanta relación con McCannon en la secundaria, pero lo cierto era que Tom y él tenían mucho en común. Matt era irlandés, de cabello rizado y rojizo y unos cautivantes ojos color verde agua. Era un muchacho apuesto, a pesar de que no se preocupaba mucho por cuidar su apariencia. Al segundo día de clases él y Tom ya se habían instalado en los últimos asientos del aula, más ocupados en burlarse del gran trasero que tenía la profesora que en tomar nota de lo que ésta decía. Tres días después, en la aburridísima Historia del Arte I,  Tom se encontraba muy concentrado haciendo garabatos en su cuaderno cuando se vio interrumpido por un brusco codazo de su amigo.
-Matt, ¿qué demonios…?-, Había protestado Tom, confundido, mirando a su compañero de banco. Matt estaba boquiabierto, con su mirada fija en la puerta del aula.
-Llegó la primavera a Edimburgo- Musitó éste, señalando con su cabeza hacia el frente de la clase. Tom dirigió la mirada hacia donde Mathew se lo estaba indicando, y sintió que su corazón dio un respingo. Una muchacha de cabello castaño claro, ojos color almendra y rasgos refinados estaba parada tímidamente al lado de la puerta, echándole un vistazo a toda la clase en busca de algún asiento libre. La clase había empezado hacía 10 minutos, así que la mayoría de los asientos ya estaban ocupados.
-Buenas tardes.- La saludó la profesora de mala gana, molesta de que le haya interrumpido su clase.- ¿Su nombre es…?-
-Natalie Dive- Respondió ella en una voz casi inaudible. Tom seguía mirándola perplejo, con la birome con la que había estado garabateando suspendida en el aire.
-Bueno, señorita Dive.- Farfulló la profesora.  –La clase comenzó hace 10 minutos. Será mejor que se busque un asiento, si lo encuentra.-
-¡Aquí!- Exclamó de pronto Matt, llamando la atención de la clase.-Aquí hay un lugar libre-
Tom lo miro sobresaltado, y vio cómo señalaba el banco sobre el cual Matt había apoyado sus cosas.
-Allí tiene señorita.- Dijo la profesora, impaciente por continuar con su clase- Tome asiento así puedo continuar-
Natalie se aferró un poco más el bolso que le colgaba en uno de sus hombros y caminó con la cabeza gacha hacia el final del aula.
-Vaya que eres rápido- Susurró Tom, una vez que logró sacarle los ojos de encima a la muchacha.
-No voy a perder esta oportunidad- Repuso Matt distraídamente, y se concentró en quitar sus carpetas del banco que tenía al lado para hacerle lugar a Natalie. Una vez que logró pasar entre todos sus compañeros, ella les agradeció con una sonrisa y se sentó.
-Encantado, Matthew McCannon- Se presentó éste, estirándole una mano, con total seguridad.- Pero puedes llamarme Matt.-
-Natalie Dive- Respondió ella, sonriendo tímidamente, y le devolvió el estrechón- Pero pueden llamarme Nat.-
-Nat… Matt… Nuestros nombres riman- Bromeó Matthew, guiñándole un ojo. Tom, por su lado, se había quedado estático. Nunca había sido bueno en conquistar chicas, y lo estaba demostrando en ese preciso momento. De todas maneras no solía ser así de tímido, y se estaba maldiciendo internamente por ello.
-¿Y tú eres…?- Escuchó la dulce voz de la muchacha que le llegaba desde dos bancos más allá.
-Oh, él es Tom Chaplin- Respondió Matt en su lugar, y no tuvo mejor idea que batirle el cabello de manera embarazosa. Tom intentó zafarse, pensando que no podía verse más estúpido de lo que ya se veía.
-Sí… Tom. Mucho gusto- Dijo él, acomodándose el cabello y sintiendo cómo sus mejillas comenzaban a quemarle de la vergüenza.
-Pero puedes llamarlo Chappers- Farfulló Matt, de manera divertida.
-¿Chappers?- Repitió Nat dejando escapar una risita.
-Tom…-Repuso él, tratando de no sonar descortés- Llámame Tom.-
-Alguien se puso incómodo…-Dijo Matt volviendo a llevar su mano hacia el cabello de Tom pero él lo detuvo a tiempo.
-…Y agradecería si los muchachitos del fondo pudieran hacer silencio así puedo proseguir con mi clase.- La voz de la profesora los devolvió a los tres a la realidad, e inmediatamente se enderezaron en sus asientos, recobrando la compostura.
            No tuvieron más oportunidad para hablar en lo que restó de la clase, pero apenas la profesora abandonó el aula, Matt volvió a adoptar esa actitud payasa en su intento de atraer la atención de la chica nueva. No tenían otra clase por las próximas dos horas así que los tres salieron hacia el parque principal a tirarse en el pasto y continuar hablando. Tom seguía inhibido, pero con el correr de los minutos fue soltándose un poco más e incluso había logrado hacer reír a Natalie en unas cuantas ocasiones. Su sonrisa le parecía encantadora, y a decir verdad, no había cosa que no le gustara de ella. Todo le parecía que estaba como debería ser. Desde su llovido y brillante cabello, hasta su desperfecta nariz que le daba un toque natural a su bonito rostro afilado. Desde aquella tarde en adelante, los tres se volvieron inseparables. Tom había abandonado todo intento posible de conquistarla desde el momento en que Matt le dejó bien en claro que Nat le gustaba en serio. Después de todo, si no fuera porque Matthew había tenido el valor de hablarle en aquella primera clase, él nunca la hubiera podido tener tan cerca…

Sintió como el cuerpo de Nat temblaba un poco y se acurrucaba más cerca del cuerpo de Tom en la cama, buscando su calor.
-No podría tenerla más cerca que esto- pensó Tom, esgrimiendo una sonrisa.
Se dio cuenta de que había permanecido en la cama más de la cuenta cuando los rayos del sol le dieron directo en la cara. Molesto, se llevó una mano al rostro y bostezó. Con sutileza, sostuvo el brazo de Nat mientras se levantaba y colocó una almohada en el lugar donde antes se había hallado acostado. Sonrió como un niño al ver cómo Nat se había aferrado a la almohada como creyendo que lo abrazaba a él. Evitando lanzar una carcajada, caminó descalzo por el cuarto hasta el baño. Se lavó la cara y se contempló frente al espejo. Tenía los ojos de color miel y un rostro extrañamente aniñado para sus 33 años, como si hubiera dejado de envejecer a los 18. Aún no lograba hacer crecer una barba como cualquier hombre normal de su edad.
-Algún día, algún día- pensó Tom acariciándose la barbilla -Todavía hay tiempo.-
Cerró el grifo y volvió al dormitorio. Percatándose de que aún se encontraba en bóxers, se dirigió hacia el armario y sacó una sudadera y un pantalón deportivo. Se vistió sin muchos miramientos- la sudadera le marcaba los músculos de los brazos, que había logrado desarrollar en interminables sesiones en el gimnasio. Pero aún así, Tom los odiaba. No había nada que odiara más de su cuerpo que sus propios brazos. Era estúpido, pero cada vez que se veía al espejo había algo de ellos que no le agradaba. Quizás eran las venas que se le marcaban por demás, no lograba identificar qué, pero no le gustaban. Por eso mismo se encargaba de ocultarlos cada vez que podía- si hacía falta usar una camisa de mangas largas en un día de verano, así sería.
Buscó un par de soquetes, una chaqueta de algodón negra y unas gastadas zapatillas Nike de aire comprimido (las cuales había mandado a hacer cuando estaba de gira promocionando el tercer disco de estudio de su banda) y salió del dormitorio hacia la cocina. Cuando abrió la puerta, fue recibido por el gruñido de uno de los perros de Nat, que lo observaba maliciosamente desde el pasillo. La bestia peluda de 60 centímetros ocultaba su malicia bajo una espesa capa de esponjoso pelo blanco rizado. Dado que Tom casi nunca se encontraba en su hogar el resto del año, el perro había crecido con la sola presencia de Nat en la casa, y se había hecho muy protector de ella. Su relación con Tom era bastante tensa.
-Tranquilo…- Dijo Tom, molesto, avanzando por el pasillo con las manos alzadas. – Me pregunto cuando comenzaré a caerte bien…-
Apuró el paso y entró a la cocina. El perro, afortunadamente, decidió quedarse en el pasillo, observando la puerta de la habitación.
            Se acercó a la cafetera y se puso a preparar un Nesspresso. Mientras el café se hacía, se percató de que Nat había dejado su cartera sobre la mesa del comedor. Fue ahí, en ese momento, que finalmente recordó con claridad lo que había sucedido la noche anterior. Habían salido a cenar a The West House, un pequeño pero lujoso restorán en el pueblo de Biddenden, Kent. Durante la cena, Tom, que había arribado al Reino Unido hacía menos de 12 horas, había dejado que Nat se encargara de contarle con detalles todo lo que había hecho en su ausencia. Ella le había narrado con denotada satisfacción cómo una figura aparentemente famosa (que él desconocía por completo) había asistido a su galería de arte. Luego prosiguió contándole acerca de los problemas amorosos por los que estaba atravesando su hermana, como si creyera que a Tom podría llegar a interesarle. Nada más alejado de la realidad. A Tom jamás le había caido demasiado bien su cuñada, pero era familia de su esposa, así que siempre la había tratado con el debido respeto. Cuando Nat –finalmente- concluyó con su monólogo, se dedicó a preguntarle a Tom cómo le había ido en sus viajes, pero él no había sabido muy bien qué contarle. Después de todo, era más de lo mismo. Hotel, un poco de paseo, entrevistas, concierto, hotel, aeropuerto. Nat no se contentaba con esas respuestas, quería detalles. Como si le desconfiara de todo. “Pero imagino que no te habrás ido de copas luego del concierto, ¿verdad?” “Tom, no has bebido alcohol, ¿cierto?” “¿ni una cerveza?” “¿Y a que horas solías irte a dormir?” “¿Qué tal las mujeres en ese país?” “¿Eso es todo?” “¿Algo más que consideres tengas que contarme?”. Tom amaba a su esposa, pero era en momentos como ése, en interrogatorios como ése que deseaba que se lo tragara la tierra. Todo mejoraba con el correr de los días, pero siempre era así cada vez que regresaba de gira. Cuando terminaron sus platos, condujeron devuelta a su casa por la ruta B2062. El trayecto había sido bastante silencioso.
-Tom…- Había empezado Natalie, cuando ya se encontraban a menos de 15 minutos de su hogar. –…Hay algo de lo que tenemos que hablar.-
Tom se mantuvo en silencio. Definitivamente esa no era su noche.
-Hay algo…sobre lo que estuve pensando bastante últimamente…-
Un semáforo en rojo lo obligó a detener el auto. No tuvo otra opción que hablar.
-Te escucho.-
-Estaba pensando… ya nos estamos volviendo mayores…- Notó que carraspeó al decir la última palabra. –Yo me estoy volviendo mayor, y aún no hemos formado familia… Tim, Jesse, ¿no has visto lo feliz que están con niños? Estaba preguntándome si… si no sería tiempo ya de tener nuestro hijo.-
La garganta de Tom se quedó seca. Nunca se había puesto a pensar en él como padre. No le disgustaban los niños como a Richard, todo lo contrario, pero su propia personalidad no iba con el típico prototipo de padre. Tom se comportaba como un niño los 365 días del año. ¿Cómo iba a poder educar a sus hijos comportándose así? Estaba acostumbrado a que lo cuidaran a él, no se imaginaba estando a cargo o cuidando de una criatura.  Tenía dos opciones: o cambiaba su forma de ser de un día para otro (lo cual, sabía, era prácticamente imposible) o rechazaba aquella absurda idea. Pero lo cierto era que sabía que Nat no aceptaría un no como respuesta. No había pasado por alto la cara de felicidad y el entusiasmo de su esposa cada vez que tenían la oportunidad de encontrarse con alguna de las hijas de sus amigos. Y después de todo, sabía que este planteo llegaría algún día… Lo supo desde el momento en que se habían enterado que Tim tendría su segunda hija. Era lógico que su mujer se planteara cómo podía ser que sus amigos ya iban por su segundo hijo y ellos aún no tenían ninguno. Pero lo que no entendía Tom era por qué Nat había elegido ese momento para planteárselo. Allí, en el auto, y a tan solo horas de que él hubiera llegado al pueblo. Tamborileó el volante del auto, sin saber muy bien cómo enfrentar la situación.
-…De acuerdo.- Fue lo único que atinó a decir. La verdad era que no tenía muchas ganas de discutir en aquel momento. –Si a ti te hace feliz…- Concluyó, y le plantó un beso en los labios que para Tom no supo a nada.
Al llegar a su casa no perdieron tiempo. Nat había dejado apoyada su cartera en la mesa del comedor y habían corrido al cuarto, socorridos por aquella necesidad urgente de tener sus cuerpos cerca. Era como si alguien le hubiera puesto Fast-Forward a la escena. Sus cuerpos se movían como el agua, conociendo cada centímetro uno del otro. No hubo contacto visual. Una vez que terminaron el acto, Nat se acurrucó a su lado y cayó plenamente dormida. Hasta que cayó vencido por el cansancio, Tom no dejó pensar en que aquella era la primera noche de su vida que no había sentido absolutamente nada.

            Sostuvo la taza de café en sus manos y le dio un sorbo. No haber sentido nada la noche anterior lo desconcertaba. Tom sintió una insoportable punzada en el estómago. Había fingido que todo estaba bien, que no lo había afectado lo que Nat le había propuesto. Había dicho que estaba de acuerdo en tener un hijo cuando él bien sabía que no lo estaba. Le mintió. A su mujer. La misma que lo había acompañado hasta en sus momentos más oscuros, la que no había dudado en darle una mano cuando él más lo necesitaba… la que se había quedado a su lado cuando ya ni él creía en sí mismo. Dejó la taza y apoyó un codo sobre la mesa, sosteniéndose la frente con una mano. No se sentía para nada bien consigo mismo.
-Fue una simple mentira.- Se repitió a sí mismo, tratando de darse ánimos –Hablaré con ella cuando se despierte.-
Buscó en su chaqueta por el paquete de cigarrillos y salió afuera. Encendió uno en la puerta de su casa y salió a caminar. Había prometido dejar de fumar hacía unos meses atrás, pero lo cierto es que no había podido dejarlo del todo. Los árboles se mecían con la brisa matutina y las nubes empezaban a cubrir el cielo, pero Tom recorría la calle sin mirar a su alrededor. Aturdido con sus propios pensamientos, sacó el i-pod de su bolsillo y encendió el reproductor. Quizás un poco de música podría lograr que dejara de atormentarse por un rato.
            Habiéndose acabado el cigarrillo, Tom comenzó a trotar por Military Road hasta llegar a Rye Road. La música acompañaba sus pasos y lo hacía olvidar de todo el resto. Cruzó las vías del tren y siguió por Landgate hasta Tower Street. Cuando pasaba por The Lemon Grass, un restorán tailandés ubicado en el medio de la ciudad, una flamante Ferrari negra que atravesó la calle llamó su atención. La siguió con la vista, preguntándose quién más en aquel pueblo, aparte de él, podría costearse una Ferrari. Prosiguió su marcha por Tower Street hasta que lo escuchó:
-¿Tom Chaplin?-
Tom lanzó un sonoro bufido. Estaba acostumbrado a ser reconocido en cualquier parte del mundo, pero justamente se había mudado a ese pueblo con la intención de no ser reconocido, de ser uno más en la multitud. Quitándose los auriculares de los oídos, giró en sí esperando toparse con algún aficionado, pero en cambio lo único que vio fue un auto. La Ferrari que había pasado antes se encontraba aparcada frente a él, y un hombre bajaba la ventanilla del lado del conductor. Le sonreía como si lo conociera de toda la vida, pero Tom no pudo reconocerlo. No lo hizo hasta que el hombre se quitó los lentes y dejó al descubierto sus inconfundibles ojos verde agua.
-¿…Matt McCannon?-
Sus risas se fusionaron. Matt aparcó el coche y salió a su encuentro. Llevaba puesta una camisa blanca y pantalones de vestir negros, extremadamente formales comparados con la vestimenta deportiva de Tom. Se fundieron en un abrazo amistoso.
-¡Qué bueno que nos hayamos podido encontrar!- Dijo Matt.
-Pues yo vivo aquí ¿Qué haces aquí?-
-Vacacionando...- Respondió Matt, sacudiendo su cabellera pelirroja, y lo observó con el ceño fruncido – Pero hace 2 semanas que estoy en el pueblo, creí que ya lo sabías…-
-Llegué anoche, he estado de gira por Europa con mi banda.- se excusó Tom, un poco confundido.
Tom trató de recordar la última vez que lo había visto. Probablemente habían pasado más de diez años. Sí, desde que había abandonado la Universidad de Edimburgo para dedicarse plenamente a la música. El tiempo de veras que le había sentado bien. La última imagen que tenía de Matt era la de un adolescente bohemio, con sus cabellos largos y la barba desprolija. Y el que tenía ahora en frente era uno totalmente distinto.
-Veo que no te ha ido mal- Comentó Tom, señalando el auto.
-Qué tendría que decir yo de ti entonces, querido Chappers- Retrucó, alzando su mano para revolearle el pelo.
-…Sigues siendo igual de molesto- Protestó Tom, entre risas.
-¡Algunas cosas nunca cambian!- Se excusó Matt.
-¿Y qué ha sido de tu vida en este tiempo?-
-Volví a Irlanda, me casé….-
-¡Bien!-       
-…me divorcié…-
-Quizás era lo mejor- Lo animó Tom, palmeándolo amistosamente en el hombro.
-…Y ahora estoy de vuelta en Inglaterra. ¿Por cuánto tiempo más te quedarás?-
-Solo dos semanas más.- suspiró Tom.
-Oye, deberíamos juntarnos a tomar una cerveza en algún momento. Recordar viejos tiempos, antes de que te vayas. ¿Qué dices?-
Acordaron verse el viernes siguiente. Tom ni se molestó en aclarar que ya no tomaba alcohol. Pero, definitivamente, necesitaba despejarse un poco. Luego de intercambiar sus números telefónicos, Matt observó su reloj.
-Debo irme.- Dijo, abriendo la puerta del conductor. -Tengo un almuerzo con un directivo importante en media hora.-
-¿En vacaciones?- Inquirió Tom, sorprendido.
-Ni lo menciones… un verdadero ejecutivo nunca puede disfrutar de su tiempo libre sin interrupciones.-
-Oh ya veo… ¡Quién lo diría!-Farfulló Tom, en tono de broma.
-Pues muchas cosas han pasado desde la última vez que nos vimos, Chappers.- Comentó Matt, cerrando la puerta del conductor y colocando las llaves para poner en marcha el motor del vehículo. -Por cierto, felicitaciones por tu casamiento.-
Tom rió y jugó con su anillo, incómodo- ¡Gracias! Veo que anduviste buscando información sobre mí en Internet….-
-Oh, no lo hice- Rió Matt, relajado, haciendo un ademán con su mano- Nat me lo dijo. Me la encontré en su galería cuando llegué al pueblo. Por lo que veo, no te lo ha contado.-
Tom sintió que sus mejillas comenzaban a hervir. Observó a Matthew, que lo miraba desde el auto con… ¿era una sonrisa burlona que tenía dibujada en el rostro? Tom se rascó la nuca, nervioso.
- …No hemos tenido tiempo de hablar mucho.- Se excusó, sintiéndose un completo imbécil y temiendo no sonar creíble.
-Ah, ya veo.- Masculló Matt. -De acuerdo, te veo el viernes amigo, ¡adiós!- Puso en marcha su auto, y desapareció al final de la calle, dejándolo a Tom allí, inmóvil, y con cientos de preguntas rondando por su cabeza.

4 comentarios:

  1. Bárbaro chicas! No sé para dónde va la historia pero me entusiasma y además...está muy bien escrito. Espero el próximo sábado con ansiedad!
    Laura.

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  2. Me encantaaaa!! Uuuh pero qué habrá pasado con Matt y Nat? Me encanta el fic y las esperas a los sábados se me hacen larguísimas!

    Uve.

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  3. Felicitaciones es una gran historia y quiero MAS. Saludos desde México :)

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