10/8/12

The Starting Line- Capítulo 3


            Tim se sentía mugriento y sudoroso. Se encontraba de rodillas, escarbando la tierra con sus manos y sintiendo cómo la misma se le colaba por debajo de las uñas. Una vez que se sintió satisfecho con el pequeño pozo que había cavado, se volvió en sí y recogió una de las bolsas que llevaba la carretilla de metal que había dejado acomodada unos pasos más allá. Abrió la bolsa y volcó un par de semillas en su palma para luego tirarlas dentro del pozo. Con dedicación, volvió a cubrirlo con tierra utilizando sólo sus manos. Una gota de sudor corrió por su frente.
            Trabajar en la huerta era uno de los placeres más nuevos que había descubierto. Había algo en el entrar en contacto con la naturaleza que lo fascinaba. Después de pasar meses y meses de gira, de estar más tiempo en el aire que en el suelo, volver a su casa y encontrarse con que los vegetales que había plantado la temporada anterior habían crecido le generaba una satisfacción incomparable. Era  como si volviera el tiempo atrás, a cuando el hombre no poseía ningún tipo de tecnología en su vida que lo alejara de la naturaleza. Si no fuera por su extrema pasión por la música, hubiera asegurado que había nacido para ser granjero. Simplemente, lo adoraba.
            Apenas había despertado esa mañana se había propuesto no entrar al estudio. Era un sacrificio bastante grande para él, pero sentía que no tenía otra opción si quería mantener la paz dentro de su hogar, especialmente con su esposa. Una vez levantado de la cama, había bajado a la cocina para prepararse café, algunas tostadas y leer el periódico. Cuando terminó su desayuno, y luego de poner orden en la cocina, subió a ver si Lilac aún se encontraba durmiendo- efectivamente, lo estaba. Pasó al cuarto contiguo y se encontró con su hija menor, que lo observaba despierta desde la cuna. Sus ojos gigantes, de un color que aún no se decidía entre el azul marino y el turquesa oscuro, hacían que Tim se sintiera fascinado cada vez que la veía. La meció en sus brazos hasta que la niña cayó dormida de nuevo. Alrededor de las 10 de la mañana se había despertado Jayne; Lilac lo había hecho unos minutos después. Tim, en un intento de hacer notar su presencia, preparó el desayuno para ambas y prendió la televisión. Pronto se dio cuenta de que ya no sabía qué otra cosa hacer para pasar el tiempo alejado de su piano.
-Puedes ir a hacer las compras-, Le había sugerido su esposa, dándose cuenta de lo inquieto que estaba su marido, quien caminaba de la cocina hacia el living, sin saber en que ocupar su tiempo.
Le preguntó a Lilac si quería ir a hacer las compras con él, a lo cual la niña accedió gustosa. Subieron a su Land Rover y manejaron hasta el pueblo más cercano. Tim descubrió que hacer las compras con Lilac era algo muy entretenido. La niña había ido tantas veces de compras con su madre que se conocía de memoria dónde se encontraban todas las cosas que deberían comprar.
-Leche- Le había dicho Tim, leyendo la lista que le había entregado Jayne.
-¡Por allí!-, Le había indicado Lilac con su pequeña manito, para luego correr en dirección a la góndola correspondiente con Tim empujando el carrito detrás de ella.
Cuando estaban haciendo la fila para pagar, Tim había visto unos sobres de semillas y se había propuesto que esa tarde volvería a trabajar en su huerta. Eso lo mantendría ocupado.
            Una vez que terminó de plantar todas las semillas, apoyó un pie en el suelo y se levantó, sintiéndose totalmente extenuado. Había estado trabajando por 2 horas bajo el implacable sol de verano, podía sentir cómo se  le había dorado la piel. Tenía todo el jean lleno de tierra y la sudadera pegada al cuerpo por la transpiración. También le había empezado a doler la espalda. Todo lo que quería hacer en ese momento era volver a la casa y darse una refrescante y renovadora ducha.
            Arrastró la carretilla fuera del perímetro de la huerta y la volvió a colocar en su garaje. Cerró la puertita del cerco que separaba la huerta del resto del jardín para evitar que las gallinas entraran a comerse las semillas y, finalmente, arrastró sus pies hasta estar dentro de la casa. Subió las escaleras hasta el baño y prendió la ducha.  Mientras se quitaba los pantalones y la sudadera, escuchó que su celular sonaba en el cuarto. Se envolvió en una toalla y salió del baño.
-¿Hola?-
-Tim, ¿Tienes tiempo?- Reconoció la voz de Tom del otro lado.
-Me estaba por bañar- Respondió, acomodándose la toalla alrededor de su cintura.-Pero te escucho, ¿sucede algo?-
-Tim, no sé qué hacer de mi vida-
Tim revoleó los ojos y se sentó al borde de su cama. Había escuchado esa misma frase antes.
-Creí que ya habías superado la crisis de los 30...-
-No, es en serio Tim, necesito verte.-
-¿De qué hablas?-
-Tengo demasiados pensamientos en la cabeza.-
-Bueno, ¿sabes?, era hora. Significa que estás creciendo. No puedes tener el cerebro vacío toda tu vida.- Bromeó Tim, siguiéndole la corriente.
-Tim hablo en serio. No estoy bien.
-¿Es otra de tus bromas, Tom? Porque si lo es, no es gracioso.- El semblante de Tim se tensó. Comenzaba a alarmarse.
-¿Puedo caer en tu casa en media hora?-
-Tom, ¿Qué…?-
-¿Puedo…?-
-De acuerdo. Pero dime qué demonios pasa.-
-Te contaré todo cuando llegue.- dijo Tom, y cortó la llamada.
            Tim dio un suspiro. Volvió al baño y se metió en el agua, que había estado corriendo todo el rato que había estado al teléfono. Mientras se encontraba debajo de aquella refrescante lluvia, comenzó a temer de las cosas que podrían estar pasando en la mente su amigo.
            Tom había pasado por una etapa oscura hacía unos años. Había dejado de ser el que era para convertirse en un monstruo caprichoso que no dejaba que nadie le hablara, sumido en su propio mundo de adicciones. Tim recordaba con mucha claridad la cantidad de veces que había ido a tocarle la puerta para intentar hacerlo entrar en razones y Tom lo había ignorado. Sabía que los demonios de aquellas épocas seguían atormentando a Tom, pero también sabía que había mejorado mucho desde entonces. Deseó con toda su alma que no se tratara de aquello.
            Para cuando salió de la ducha y se vistió, ya habían pasado 20 minutos. Se apresuró a la cocina, aún con el pelo mojado, para darle las noticias a Jayne.
-Me llamó Tom. Está viniendo.- Le dijo Tim. –Espero que no te moleste.-
-Mientras que no pretenda quedarse a cenar…-
-No, solo se quedará un rato- Repuso secamente.
Jayne no hizo más preguntas. Sabía bien que la relación de Tim con Tom sobrepasaba a  la típica amistad entre compañeros de banda. Habiéndose criado juntos, habían desarrollado unos lazos muy fuertes uno con el otro. Eran prácticamente inseparables.
            Tim se alejó de la cocina y fue hacia el living, donde un gran ventanal le permitía observar qué estaba sucediendo en la calle. Su hija lo siguió, entusiasmada.
-¿Vendrá el Tío Tom?- Preguntó, con los ojos bien abiertos.
-Solo por un rato.- Contestó Tim, subiéndosela a su regazo. –Vamos a hablar, y luego se vuelve a su casa-
-Oh…- Dijo Lilac, y señaló hacia la calle. –¡Creo que ahí viene!-
En efecto, una Ferrari acababa de atravesar la calle a gran velocidad y estaba estacionándose frente a su casa. Tim vio a través del ventanal como se bajaba del auto, e inmediatamente se dio cuenta de que su amigo no se encontraba bien. Bajó a su hija de su regazo y se dirigió hacia la puerta de entrada. Cuando abrió la puerta, Tom se encontraba a medio camino entre la calle y su casa.
-Vamos al estudio.- Espetó Tim. No quería que nadie más pudiera escuchar las conversaciones privadas entre ellos.
-De acuerdo.- Accedió Tom, en un tono inusualmente apagado.
            Mientras caminaban por el sendero que los llevaba derecho al estudio, los ojos de Tim repararon en la manera que caminaba su amigo. Llevaba sus manos escondidas en los bolsillos de la chaqueta de cuero que llevaba puesta. Su vista no se apartaba del suelo que pisaban sus pies, como si caminara por un campo minado y tuviera miedo de  volar en pedazos en cualquier momento.
            Tim se acercó a la puerta principal del estudio y entró. Prendió las luces de la habitación y dejó que Tom pasara primero. Caminaron entre el sinfín de instrumentos musicales y pasaron al cuarto contiguo. Era un salón bastante espacioso, pero estaba tan repleto de cosas que lo hacía lucir más pequeño. Había sido su lugar de estar favorito durante el grabado de su cuarto disco de estudio. En la habitación había unos 10 teclados que Tim había comprado por subastas en internet y no sabía dónde meterlos. Algunos se encontraban apoyados de manera vertical junto a unas butacas de cine de color rojo que se apostaban sobre la pared derecha. Tom fue derecho a sentarse en una de ellas.
-Ahora sí. Dime, ¿qué demonios sucede?-
Tom lo miró alzando una ceja.
-¿Es necesario que me hables así? ¿Qué parte de “estoy mal” no entiendes?-
-Lo siento, lo siento- Se excusó Tim, poniéndole una mano en el hombro mientras se sentaba en una butaca a su lado -Es que me tienes preocupado… Te escucho.-
Tom le contó con lujo de detalles todo lo sucedido desde que había llegado a Inglaterra, la cena, la conversación del auto, la propuesta.
-¿Y no pudiste decirle que no?- Preguntó Tim, confundido.
Tom agarró una pelota de tenis del suelo y la hizo rebotar contra la pared.
-Fue un absurdo error.-
Omitió que no había sentido nada durante el sexo.  Volvió a retomar su narrativa cuando Matt le contó que había visto a Nat…y cómo ella no le había contado nada.
-….entonces me di cuenta de que había sido un idiota por sentirme mal esa mañana por haberla ilusionado en vano. Total, ¿Qué mierda importaba? Si ella me ha estado mintiendo desde que llegué al pueblo. Toda la cena hablándome de mierdas insignificantes, sin hacer mención alguna de su encuentro con Matthew.-
-Quizás fue sólo un malentendido…- Sugirió Tim.
-¿Hablamos por teléfono cada 12 horas y no tuvo tiempo para contarme nada?-
Tim se quedó pensativo unos momentos, hasta que contestó:
-Creo que estás exagerando el problema. Ya han pasado por situaciones peores antes y pudieron salir adelante.-
-Pero yo nunca le mentí desde aquellas épocas, Tim. Yo siempre creí en su palabra. Pero ahora me he dado cuenta de que estaba equivocado.-
-Oh vamos, no exageres- Masculló Tim. -Técnicamente no te mintió. Solo te ocultó información.-
Tom lo fulminó con la mirada.
-¿Y ya has hablado con ella?- Inquirió Tim.
-No.- Respondió Tom con franqueza. –No podía soportarme ni a mí mismo, y sabía que si la enfrentaba en aquel momento de rabia la iba a terminar lastimando. Y no quería que eso sucediera.-
-¿Sabe que estás aquí?-
-Le dije que venía para tu casa a grabar unas canciones. Fue la mejor excusa que se me ocurrió.-
-¿Y te creyó?- Preguntó Tim, frunciendo el ceño.
-¿Por qué no iba a creerme?-
-Tom…- Empezó, revoleando los ojos.- ¿Desde cuándo accedes a meterte en el estudio cuando acabas de llegar a tu casa?-
-Ni que fuera la primera vez…-
-En otros tiempos tendría que traerte arrastrando… Generalmente disfrutas de estar en tu hogar.-
-Tim, no todo es lo que parece. Me encantaría poder decir que mi matrimonio va de maravillas como el tuyo, pero ¿sabes? Estoy muy lejos de ello.-
Tim se mordió el labio y apartó la vista tan pronto como Tom mencionó lo de su matrimonio. Este último no lo pasó por alto.
-¿Dije algo malo?-
Tim lanzó una risa irónica.
-Me da gracia que lo digas. ¿A ti te parece que mi matrimonio puede ser perfecto? ¿Con lo fiasco que soy como marido y padre? Tom, por favor…-
-¡Hey! ¿Qué estupideces son esas?-
-Ninguna estupidez, soy realista.- dijo, poniéndose de pie. -Vivo aquí dentro, me la paso trabajando. ¿Crees que Jayne puede ser feliz conmigo?-
Tim se había alejado de los asientos y estaba mirando por la ventana que daba a su casa. Allí adentro comenzaban a encenderse las luces.
-¿Por qué no habría de serlo?- preguntó Tom, confundido, desde su butaca. -Tim, toda persona que te conoce sabe como eres. Jayne no es la excepción. Ella se casó sabiendo en donde se metía. Música, trabajo y tú son uno solo. Vienen en el combo, ¿Por qué no habría de entender eso?.-
Tim sonrió. Tom debía de ser el único en el planeta que lo entendía y aceptaba tal y como era. Incluso aunque a veces protestara o despotricara contra él. En el fondo, siempre lo entendía.
-Tommy, Tommy- Dijo, mirándolo a los ojos.- Estamos aquí porque eres tú el que necesita respuestas ahora. Ya hablaremos de mis problemas en otro momento.-
-Me pregunto por qué son tan complicadas las mujeres…- Dijo Tom, suspirando.
-Me haces esa pregunta desde que éramos dos adolescentes.- Masculló Tim, entre risas.- Y jamás he sido capaz de respondértela.-
-Pero ahora somos adultos… Eres más sabio, quizás ya has descubierto la respuesta.- Dijo Tom burlonamente, volviendo a rebotar la pelota de tenis contra la pared.
-El hecho de que sea más viejo no significa que sea más sabio.- Negó Tim, arqueando las cejas. -De hecho, cada día que pasa entiendo menos a las mujeres.-
-También yo- Confesó Tom, atajando la pelota en el aire y apoyándose contra el respaldo del asiento.- No entiendo por qué complican tanto las cosas. Por qué hacen interrogatorios estúpidos e innecesarios… Tendrías que haberla oído a Nat anoche, ametrallándome a preguntas…-
-No hace falta.- Farfulló Tim mirándolo de reojo a Tom, quien ahora jugaba con la pelota pasándola de una mano a la otra. -Sufro el mismo interrogatorio frecuentemente.-
-¿Y cómo reaccionas?-
-Encerrándome aquí.- Respondió encogiéndose de hombros. –Justamente hoy había decidido que no entraría en todo el día. Pero aquí estoy. Siempre es más fácil huir que luchar.-
Sus miradas se cruzaron.
-Mierda.- Exclamó Tom, sorprendido- No me atrevo a imaginarme lo molesta que se pondría Nat si me encerrara cada vez que me canso de oírla.
-¿Cuán seguido pasa eso?-
Tom se quedó pensativo.
-Sólo cuando se pone densa interrogándome cual agente de FBI. O cuando insiste en que asistamos a reuniones con su familia. O cuando se pone a dar sermones insistiéndome que deje de fumar. O cuando…-
-Vaya…-Lo interrumpió Tim. -No creí que fuera tan terrible…-
-Creí que era normal en…Tú sabes, la vida de casados…-
-Tom, llevas casado tan solo un año…- le recordó Tim.
Tom suspiró abatido y se incorporó en la butaca para mirarlo a su amigo.
-Pues aconséjame entonces. ¿Qué se supone que deba hacer para mantener un matrimonio estable y libre de complicaciones?-
-No has dado con el indicado para responderte eso. Jesse quizás pueda ayudarte. O Richard…-
Ambos se quedaron en silencio. Al parecer, los dos estaban en un embrollo. Se sumieron en sus propios pensamientos, hasta que fue Tom el que volvió a hablar.
-Quizás deberíamos separarnos, Tim.- Dijo, con total naturalidad.
Su amigo lo miró incrédulo.
-¿De qué hablas?-
-Sí, separarnos y fugarnos a una isla remota. Tú podrás hacer música tranquilo sin que nadie te moleste, y yo podría jugar golf o mirar partidos de cricket sin ninguna voz chillona que me martille los oídos preguntándome por qué no paso tiempo con ella.- Respondió Tom, sarcásticamente.
-Suena a que lo tienes todo planeado…-Espetó Tim y le siguió el juego- ¿Y de que viviríamos, sabelotodo?-
-Pues, seguiríamos haciendo música, claro.- Respondió, como si fuera algo obvio.
-¿Desde una isla remota?-
-Sólo sería nuestro refugio. Un lugar donde no haya nadie a kilómetros de distancia.-
-Ya estamos en un lugar así: vivimos en pueblos en el medio de la nada.- le recordó Tim.
-No, pero me refiero a algo aún más lejos- Respondió Tom, serio- Donde nadie nos reconozca.-
-¿Descartado Sudamérica entonces?- Bromeó Tim. La alocada conversación lo estaba divirtiendo sorpresivamente.
-Exacto… me inclino más por una isla. Tendríamos el mar a tan solo pasos de nuestra casa. A ti te inspira el mar.-
-¿Nuestra casa?- Tim estalló en risas.- ¿Solo para nosotros dos?-
-Ese es exactamente el punto.-
-¿Y sin ningún otro ser humano habitando los alrededores?-
-Ajá.-
-De acuerdo…- Dijo Tim, no muy convencido. -Y a ver, ¿Richard y Jesse tendrían que viajar cada vez que tengamos que ensayar con la banda?-
-Pues sí… - Respondió Tom encogiéndose de hombros. -Y si no aceptan, quedaríamos solo tú y yo. Un dúo. No creo que los fans se opongan demasiado.-
-Tú y tu ego, Tom Chaplin. -Lo acusó Tim, divertido. Se le ocurrió una cosa más. -¿Y las mujeres?-
-¿Qué mujeres?
-Los hombres tenemos nuestras necesidades, ¿sabes...?-
-Y también tenemos dos manos, ¿sabes?-
Las risas de ambos se fusionaron, incapaces de seguir con esa conversación disparatada. Pero lo cierto es que no estaba demasiado alejada de los deseos profundos de ambos. Con todos los problemas maritales por los que estaban atravesando los dos, la idea de fugarse a una isla lejana sonaba extrañamente tentadora. Cuando las risas finalmente cesaron, el silencio reinó en el estudio. Ambos se habían vuelto a sumir en sus propios pensamientos y pasó un largo rato hasta que volvieron a hablar.
-Así que… -Comenzó a decir Tim, finalmente.- ¿Qué piensas decirle?-
-¿A quién?- Preguntó Tom quien al parecer aún seguía pensativo.
-A Nat.-
-¿De qué? ¿De nuestra fugada a la isla?-
Tim se tocó la frente con una mano y rió.
-¡De lo de Matthew!-
-Oh… Eso…-Dijo Tom largando un suspiro, como si acabara de recordarlo.- Pues no sé. Estoy enojado. Muy enojado. Anoche soporté todo su estúpido interrogatorio de preguntas absurdas ¿Para qué? ¡Para luego descubrir que mientras yo estaba trabajando ella se estaba reencontrando con Mathew McCannon!-
-Relájate, Tom.- Lo calmó Tim- Es solo un viejo amigo, de seguro no lo encontró tan importante como para contártelo apenas llegaste de viaje.-
-¿Solo un viejo amigo?- Preguntó Tom abriendo los ojos de par en par- ¿Te olvidas lo que hubo entre ellos en aquellos tiempos? ¿Te olvidas que abandoné la universidad porque no soportaba verlos juntos?-
Esta vez fue Tim quien abrió los ojos de par en par.
-Creí que la abandonaste porque querías dedicarte de lleno a nuestra banda.-
Tom carraspeó. Quizás había hablado de más.
-Pues sí, también. –Masculló, rascándose el cabello- Claro que la banda fue un gran impulso que me ayudó a decidirme a volver a Inglaterra. Pero también influyó el hecho de tener que tolerar ver a mi amigo con la mujer que yo quería para mí.-
            Tom no estaba bromeando. Sus recuerdos de su experiencia en Escocia no eran de los más felices. Al principio no había sido todo tan malo, se había divertido los primeros meses, haciendo travesías y pasando buenos ratos con Nat y Mathew, pero la pesadilla comenzó en aquella fiesta de navidad que había organizado la universidad. Nuevamente Matt había sido más rápido y la había invitado a Nat para que fuera su pareja en la fiesta. Tom no había tenido otra opción que invitar a Sarah, una muchacha con la que compartía clases de Técnica y Medios Artísticos. No había nada que tuviera en común con ella, pero era la única mujer de toda la universidad que sabía que le diría que sí sin rodeos. No solo porque no era lo que se podía llamar bonita, sino que además Tom sospechaba que tenía un cierto interés por él. Aparte de mirarlo más de lo debido durante las clases que compartían, también se encargaba de elegirlo a él en cada trabajo en equipo que les planteaba el profesor. Sin embargo, Tom no se quejaba de ello. Sarah era una de las estudiantes más destacadas de la clase, así que lo único que tenía que hacer él era acompañarla a la biblioteca y sentarse allí mientras ella se encargaba de leer libro tras libro completando el trabajo prácticamente por sí sola.  
            Desde el momento en que Tom se enteró que Nat había aceptado la invitación de Matthew, supo que había perdido toda chance con ella, si es que aún había alguna. Y lo terminó de comprobar en la fiesta. Tom finalmente había logrado zafarse de Sarah, quien no se despegaba de él ni por un minuto y parecía empecinada en hacerlo bailar a pesar de que él le había dejado bien en claro que era un pésimo bailarín. Se excusó diciendo que iría al baño, pero lo cierto era que quería ir en busca de Nat y Matthew, a quienes había perdido de vista hacía ya un largo rato. El corazón de Tom dio un vuelco cuando, haciéndose paso entre la gente, los encontró en el rincón más alejado, besuqueándose como si estuvieran unidos con pegamento. Todo lo que pudo hacer fue alejar su mirada de la situación, y dirigirse hacia la barra, completamente destrozado. Lo que sucedió el resto de la noche, ni él lo recordaba. Pero lo que sí recordaba era que a partir de esa noche, todo empeoró. Nat y Matthew comenzaron a salir formalmente, y Tom tenía que lidiar con situaciones incómodas más seguido de lo que hubiese querido. Había tenido que aprender a esconder su dolor cada vez que los veía besándose o caminar de la mano. Había intentado salir con otras mujeres para olvidarse de Nat, pero no encontraba que ninguna fuera tan especial como lo era ella. Cuando la situación se le hizo insostenible, lo cual ocurrió tan solo 4 meses después de la fiesta de navidad, Tom no tuvo otra opción que dejar la universidad y volverse a Inglaterra.

-¡Hey! ¿Hola?- Tom de pronto vio la mano de Tim agitándose en frente de sus ojos.-¿Estás escuchandome?-
-Sí, sí, discúlpame.-
-Parecía como si te hubiese tragado un agujero negro… ¿En que te quedaste pensando?-
-Recuerdos –Respondió Tom con su voz apagada, acomodándose en la butaca- Universitarios…-
-Oh deja de atormentarte con eso. Pasó hace muchísimos años.-
-Pero pasó, Tim. Estuvieron juntos.-
-Pero ella volvió a ti tiempo después, ¿lo olvidas?- Espetó Tim, haciéndolo entrar en razones. -Y se terminó casando contigo después de todo…-
-Sí, lo hizo…-Dijo Tom con su mirada perdida en algún punto de la habitación.
Recordaba su reencuentro con Nat, años después de que haber abandonado Escocia, en aquel pub londinense donde habían dado sus primeras presentaciones como banda poco antes de firmar con una discográfica. Recordaba cómo su corazón había dado un salto cuando la vio sentada junto a la barra, mirándolo con su radiante sonrisa. Cómo ella lo había recibido con un gran abrazo, sorprendida de encontrárselo allí. Y recordaba aún con más satisfacción la felicidad que había sentido en cada partícula de su cuerpo cuando ella le contó que lo suyo con Matt había terminado poco después de que él dejara la universidad. Después de aquel reencuentro, Tom decidió ser más rápido que nadie más: no iba a permitir que nadie volviera a quitarle a esa mujer. La invitó a salir sin dudarlo ni por un segundo. Y el resto, es historia.
-Pero…-Comenzó a decir Tom.
-¿Ahora qué?-
-Es que tendrías que haberlo visto, Tim. Ha cambiado mucho. ¡Maneja un Ferrari, por amor de Dios!-
Tim arqueó las cejas.
-¿Y tú que tienes aparcado ahora en la puerta de mi casa? ¿Una bicicleta? -
-Tú porque no lo has visto.- Repuso Tom, ignorando el comentario de su amigo. -Está hecho todo un ejecutivo. ¡Y se volvió estúpidamente apuesto!-
-Pues tienes suerte entonces. Te conseguiste una cita con él para el próximo viernes.-
Tom lo miró molesto.
-No es gracioso.-
-Tú eres el que dijo que se ve estúpidamente apuesto. Solo falta que te pongas a suspirar por él.-
-Justamente me preocupa que sea Nat la que se ponga a suspirar por él.-
-Oh vamos- Lo animó Tim- Tu no te ves tan mal.-
-¿Cómo es eso que no me veo tan mal?-
Tim se escogió de hombros
- Podría ser peor.-
-¿A qué te refieres?
-Nat se enamoró de ti cuando estabas hecho un desastre.-
-¡Hey!- Exclamó Tom, ofendido.
-Admítelo. Estabas gordo, pelilargo y desprolijo –Repuso Tim haciendo caso omiso de la expresión de descontento del rostro de Tom -Has mejorado mucho desde entonces.-
-Pero…-
-Pero nada, ya basta- Lo interrumpió Tim con voz cansina- Suenas a una adolescente envidiosa. El hecho de que Mathew se haya vuelto un hombre apuesto y exitoso no quiere decir que Nat vaya a acostarse con él.-
-Mi punto es…– Insistió Tom, y Tim revoleó los ojos -…Que si le gustaba Mathew cuando era un colorado hippie y desalineado, imagino que se le habrá caído la mandíbula al verlo como está ahora.-
-El pasado es pasado, Tom. Ella se ha casado contigo. No va a dejarte porque apareció un viejo ex novio.-
-Mira quien lo dice.- Repuso éste, mirándolo con los ojos entornados -Que harías tú si hoy volviera a aparecer…-
-Ni la nombres.- Lo interrumpió Tim, de pronto sepulcralmente serio -Eso es distinto.-
-¿Por qué lo es? También es alguien de tu pasado… Y tú aún hoy sigues recordándola.-
-Cierra la boca- Dijo Tim, cortante, cruzándose de brazos.
El silencio volvió a invadirlos. Tim se veía molesto, por lo que Tom decidió que era mejor no seguir insistiendo con el tema. Pero sorpresivamente, Tim volvió a retomarlo.
-Y es distinto…– Dijo de pronto, haciendo que Tom se sobresaltara un poco -…Porque yo no terminé con ella. Ella me abandonó. No me dejó opción, no me dio oportunidad de poder cerrar el capitulo. Desapareció. De un día para otro, como si nunca hubiese pasado nada entre nosotros.-
Tom se rascó uno de sus brazos, incómodo y sin saber bien que decir.
-Pero en el caso de Nat no fue así.- Siguió Tim- Ella terminó con Matt, de acuerdo con lo que te ha contado. Por lo tanto para ella sí es un capitulo cerrado. Ella decidió concluir con la relación. Sería estúpido que quisiera volver con alguien que ella misma borró de su vida años atrás.-
Tom asintió despacio, sin terminar de entender si su amigo estaba hablando de Nat o de él mismo y su propia experiencia.
 -Tienes razón. -Concluyó Tom- Además, si Matt se la lleva quizás me esté haciendo un favor.-
-Oh ¡por favor!- Exclamó Tim, irónico.- Nat te llega a abandonar y minutos después te tengo golpeando mi puerta, llorando como una niña.-
-¿Y qué te hace pensar que acudiría a ti en primer lugar?-
-Pues fue a mí a quien decidiste llamar porque “no sé qué hacer con mi vida, Tim”- dijo éste, emulando la voz de su amigo.
Tom sonrió.
-Gracias, amigo.-Dijo poniendo su mano en el hombro de Tim y poniéndose finalmente de pie.-Ahora será mejor que me vaya. Jayne te estará esperando con la cena.-
-¿No quieres quedarte a cenar?- Preguntó Tim. Sabía que a Jayne no le haría mucha gracia la idea, pero lo cierto era que a él tampoco le hacía gracia tener que pasar otro momento a solas con ella.
-Suena tentador- Respondió Tom, poniéndose su chaqueta. -Pero quiero hablar con Nat cuanto antes.-
-Entiendo- Tim se puso de pie para acompañar a su amigo hasta la puerta.
-Y si las cosas van mal, ya sabes: te vienes conmigo a la isla remota ¿de acuerdo?
Tim rió. Lo que deseaba volar a una isla lejana en aquel momento….
-Ve preparando el equipaje.- Dijo, abriendo la puerta de su estudio- A como van las cosas no me extrañaría que tengamos que volar cualquier día de estos.-
Ambos rieron y se dieron un abrazo de despedida. Tim observó a Tom mientras se subía a su Ferrari, y cómo desaparecía al final de la calle. De pronto volvió a sentirse sólo y desamparado. Deseaba poder desaparecer de allí, y aparecer en aquella isla de la que Tom le había hablado. Pero su realidad era otra, y tenía que volver a entrar a su hogar a enfrentarla.    

4/8/12

The Starting Line- Capítulo 2


            Apenas su celular comenzó a vibrar, Tom se apresuró a manotear atolondradamente la mesita de noche. Una vez que sintió el contorno de la fría pantalla de su I-phone, lo envolvió en su mano y lo trajo hacia sí. Con los ojos entrecerrados en un intento de evadir la molesta luz que provenía de su teléfono, apretó con la yema de su dedo índice algún punto de la pantalla, sin ver realmente lo que hacía. –Fuck-, musitó en voz alta, dándose cuenta de que el aparato seguía vibrando. Se incorporó en la cama apoyando uno de sus codos contra ella, y abrió un poco más sus ojos para procurar que estaba apretando el lugar correcto para apagar la alarma. Todas las mañanas le pasaba lo mismo. Ese era justamente el motivo por el cual decidía usar como despertador su teléfono: le costaba tanto poder apagarlo que finalmente era lo que lograba despertarlo del todo. Aún así, no podía evitar ponerse de mal humor cada vez que lidiaba con el maldito aparato.
            Una vez que logró que dejara de vibrar, lo colocó de nuevo sobre su mesita de noche y giró en sí para mirar a su esposa. Natalie se estiró en su lugar, abrió uno de sus ojos inconscientemente y, sin intenciones de despertarse, se acercó un poco más a Tom, poniéndole uno de sus brazos sobre su pecho desnudo. La habitación comenzaba lentamente a iluminarse a medida que los primeros rayos del sol se colaban a través del ventanal que adornaba el dormitorio. Eran las 5 de la mañana, estaba amaneciendo y Tom ya estaba despierto del todo, sabiendo que no podría volver a dormirse. De todas maneras tampoco pensaba hacerlo: quería aprovechar el día desde temprano y tenía cosas por hacer. Pero decidió que quedarse unos minutos más en la calidez de su cama no le haría mal a nadie.
            Observó a Nat, que yacía a su lado, durmiendo profundamente. No llevaba ni una gota de maquillaje, su pelo estaba alborotado y desprolijo, y aún así se veía radiante. Era esa simpleza en ella lo que lo había enamorado años atrás.
            Recordaba con absoluta claridad la primera vez que la había visto. Fue en la Universidad de Edimburgo, donde Tom cursó un año de Historia del Arte. La verdadera razón por la cual había decidido entrar a la Universidad fue por presión de sus padres; había estado interesado en la música desde que tenía uso de razón, y sabía en lo más profundo de su ser que eso era lo único que quería hacer en su vida. Pero eso sus padres no lo entendían, y prácticamente le exigieron que si quería seguir haciendo música, primero tendría que tener una formación profesional que lo respaldara en el caso de que no llegara a ninguna parte. Por lo tanto, después de tomarse un año sabático en Sudáfrica ayudando a su padre con su fundación benéfica, Tom volvió a Reino Unido para cumplir con el capricho de sus padres. Capricho que años después termino agradeciendo.
             Fue en su primera clase de Historia del Arte I, materia que tuvo la suerte de cursar con un viejo compañero de secundaria, Matthew McCannon. Tom se había encontrado con Matthew de casualidad la semana anterior, en su primer día de clases, y ambos se volvieron muy compinches, ahorrándose el molesto proceso de encontrar un nuevo grupo de amigos en un lugar desconocido. Nunca había tenido tanta relación con McCannon en la secundaria, pero lo cierto era que Tom y él tenían mucho en común. Matt era irlandés, de cabello rizado y rojizo y unos cautivantes ojos color verde agua. Era un muchacho apuesto, a pesar de que no se preocupaba mucho por cuidar su apariencia. Al segundo día de clases él y Tom ya se habían instalado en los últimos asientos del aula, más ocupados en burlarse del gran trasero que tenía la profesora que en tomar nota de lo que ésta decía. Tres días después, en la aburridísima Historia del Arte I,  Tom se encontraba muy concentrado haciendo garabatos en su cuaderno cuando se vio interrumpido por un brusco codazo de su amigo.
-Matt, ¿qué demonios…?-, Había protestado Tom, confundido, mirando a su compañero de banco. Matt estaba boquiabierto, con su mirada fija en la puerta del aula.
-Llegó la primavera a Edimburgo- Musitó éste, señalando con su cabeza hacia el frente de la clase. Tom dirigió la mirada hacia donde Mathew se lo estaba indicando, y sintió que su corazón dio un respingo. Una muchacha de cabello castaño claro, ojos color almendra y rasgos refinados estaba parada tímidamente al lado de la puerta, echándole un vistazo a toda la clase en busca de algún asiento libre. La clase había empezado hacía 10 minutos, así que la mayoría de los asientos ya estaban ocupados.
-Buenas tardes.- La saludó la profesora de mala gana, molesta de que le haya interrumpido su clase.- ¿Su nombre es…?-
-Natalie Dive- Respondió ella en una voz casi inaudible. Tom seguía mirándola perplejo, con la birome con la que había estado garabateando suspendida en el aire.
-Bueno, señorita Dive.- Farfulló la profesora.  –La clase comenzó hace 10 minutos. Será mejor que se busque un asiento, si lo encuentra.-
-¡Aquí!- Exclamó de pronto Matt, llamando la atención de la clase.-Aquí hay un lugar libre-
Tom lo miro sobresaltado, y vio cómo señalaba el banco sobre el cual Matt había apoyado sus cosas.
-Allí tiene señorita.- Dijo la profesora, impaciente por continuar con su clase- Tome asiento así puedo continuar-
Natalie se aferró un poco más el bolso que le colgaba en uno de sus hombros y caminó con la cabeza gacha hacia el final del aula.
-Vaya que eres rápido- Susurró Tom, una vez que logró sacarle los ojos de encima a la muchacha.
-No voy a perder esta oportunidad- Repuso Matt distraídamente, y se concentró en quitar sus carpetas del banco que tenía al lado para hacerle lugar a Natalie. Una vez que logró pasar entre todos sus compañeros, ella les agradeció con una sonrisa y se sentó.
-Encantado, Matthew McCannon- Se presentó éste, estirándole una mano, con total seguridad.- Pero puedes llamarme Matt.-
-Natalie Dive- Respondió ella, sonriendo tímidamente, y le devolvió el estrechón- Pero pueden llamarme Nat.-
-Nat… Matt… Nuestros nombres riman- Bromeó Matthew, guiñándole un ojo. Tom, por su lado, se había quedado estático. Nunca había sido bueno en conquistar chicas, y lo estaba demostrando en ese preciso momento. De todas maneras no solía ser así de tímido, y se estaba maldiciendo internamente por ello.
-¿Y tú eres…?- Escuchó la dulce voz de la muchacha que le llegaba desde dos bancos más allá.
-Oh, él es Tom Chaplin- Respondió Matt en su lugar, y no tuvo mejor idea que batirle el cabello de manera embarazosa. Tom intentó zafarse, pensando que no podía verse más estúpido de lo que ya se veía.
-Sí… Tom. Mucho gusto- Dijo él, acomodándose el cabello y sintiendo cómo sus mejillas comenzaban a quemarle de la vergüenza.
-Pero puedes llamarlo Chappers- Farfulló Matt, de manera divertida.
-¿Chappers?- Repitió Nat dejando escapar una risita.
-Tom…-Repuso él, tratando de no sonar descortés- Llámame Tom.-
-Alguien se puso incómodo…-Dijo Matt volviendo a llevar su mano hacia el cabello de Tom pero él lo detuvo a tiempo.
-…Y agradecería si los muchachitos del fondo pudieran hacer silencio así puedo proseguir con mi clase.- La voz de la profesora los devolvió a los tres a la realidad, e inmediatamente se enderezaron en sus asientos, recobrando la compostura.
            No tuvieron más oportunidad para hablar en lo que restó de la clase, pero apenas la profesora abandonó el aula, Matt volvió a adoptar esa actitud payasa en su intento de atraer la atención de la chica nueva. No tenían otra clase por las próximas dos horas así que los tres salieron hacia el parque principal a tirarse en el pasto y continuar hablando. Tom seguía inhibido, pero con el correr de los minutos fue soltándose un poco más e incluso había logrado hacer reír a Natalie en unas cuantas ocasiones. Su sonrisa le parecía encantadora, y a decir verdad, no había cosa que no le gustara de ella. Todo le parecía que estaba como debería ser. Desde su llovido y brillante cabello, hasta su desperfecta nariz que le daba un toque natural a su bonito rostro afilado. Desde aquella tarde en adelante, los tres se volvieron inseparables. Tom había abandonado todo intento posible de conquistarla desde el momento en que Matt le dejó bien en claro que Nat le gustaba en serio. Después de todo, si no fuera porque Matthew había tenido el valor de hablarle en aquella primera clase, él nunca la hubiera podido tener tan cerca…

Sintió como el cuerpo de Nat temblaba un poco y se acurrucaba más cerca del cuerpo de Tom en la cama, buscando su calor.
-No podría tenerla más cerca que esto- pensó Tom, esgrimiendo una sonrisa.
Se dio cuenta de que había permanecido en la cama más de la cuenta cuando los rayos del sol le dieron directo en la cara. Molesto, se llevó una mano al rostro y bostezó. Con sutileza, sostuvo el brazo de Nat mientras se levantaba y colocó una almohada en el lugar donde antes se había hallado acostado. Sonrió como un niño al ver cómo Nat se había aferrado a la almohada como creyendo que lo abrazaba a él. Evitando lanzar una carcajada, caminó descalzo por el cuarto hasta el baño. Se lavó la cara y se contempló frente al espejo. Tenía los ojos de color miel y un rostro extrañamente aniñado para sus 33 años, como si hubiera dejado de envejecer a los 18. Aún no lograba hacer crecer una barba como cualquier hombre normal de su edad.
-Algún día, algún día- pensó Tom acariciándose la barbilla -Todavía hay tiempo.-
Cerró el grifo y volvió al dormitorio. Percatándose de que aún se encontraba en bóxers, se dirigió hacia el armario y sacó una sudadera y un pantalón deportivo. Se vistió sin muchos miramientos- la sudadera le marcaba los músculos de los brazos, que había logrado desarrollar en interminables sesiones en el gimnasio. Pero aún así, Tom los odiaba. No había nada que odiara más de su cuerpo que sus propios brazos. Era estúpido, pero cada vez que se veía al espejo había algo de ellos que no le agradaba. Quizás eran las venas que se le marcaban por demás, no lograba identificar qué, pero no le gustaban. Por eso mismo se encargaba de ocultarlos cada vez que podía- si hacía falta usar una camisa de mangas largas en un día de verano, así sería.
Buscó un par de soquetes, una chaqueta de algodón negra y unas gastadas zapatillas Nike de aire comprimido (las cuales había mandado a hacer cuando estaba de gira promocionando el tercer disco de estudio de su banda) y salió del dormitorio hacia la cocina. Cuando abrió la puerta, fue recibido por el gruñido de uno de los perros de Nat, que lo observaba maliciosamente desde el pasillo. La bestia peluda de 60 centímetros ocultaba su malicia bajo una espesa capa de esponjoso pelo blanco rizado. Dado que Tom casi nunca se encontraba en su hogar el resto del año, el perro había crecido con la sola presencia de Nat en la casa, y se había hecho muy protector de ella. Su relación con Tom era bastante tensa.
-Tranquilo…- Dijo Tom, molesto, avanzando por el pasillo con las manos alzadas. – Me pregunto cuando comenzaré a caerte bien…-
Apuró el paso y entró a la cocina. El perro, afortunadamente, decidió quedarse en el pasillo, observando la puerta de la habitación.
            Se acercó a la cafetera y se puso a preparar un Nesspresso. Mientras el café se hacía, se percató de que Nat había dejado su cartera sobre la mesa del comedor. Fue ahí, en ese momento, que finalmente recordó con claridad lo que había sucedido la noche anterior. Habían salido a cenar a The West House, un pequeño pero lujoso restorán en el pueblo de Biddenden, Kent. Durante la cena, Tom, que había arribado al Reino Unido hacía menos de 12 horas, había dejado que Nat se encargara de contarle con detalles todo lo que había hecho en su ausencia. Ella le había narrado con denotada satisfacción cómo una figura aparentemente famosa (que él desconocía por completo) había asistido a su galería de arte. Luego prosiguió contándole acerca de los problemas amorosos por los que estaba atravesando su hermana, como si creyera que a Tom podría llegar a interesarle. Nada más alejado de la realidad. A Tom jamás le había caido demasiado bien su cuñada, pero era familia de su esposa, así que siempre la había tratado con el debido respeto. Cuando Nat –finalmente- concluyó con su monólogo, se dedicó a preguntarle a Tom cómo le había ido en sus viajes, pero él no había sabido muy bien qué contarle. Después de todo, era más de lo mismo. Hotel, un poco de paseo, entrevistas, concierto, hotel, aeropuerto. Nat no se contentaba con esas respuestas, quería detalles. Como si le desconfiara de todo. “Pero imagino que no te habrás ido de copas luego del concierto, ¿verdad?” “Tom, no has bebido alcohol, ¿cierto?” “¿ni una cerveza?” “¿Y a que horas solías irte a dormir?” “¿Qué tal las mujeres en ese país?” “¿Eso es todo?” “¿Algo más que consideres tengas que contarme?”. Tom amaba a su esposa, pero era en momentos como ése, en interrogatorios como ése que deseaba que se lo tragara la tierra. Todo mejoraba con el correr de los días, pero siempre era así cada vez que regresaba de gira. Cuando terminaron sus platos, condujeron devuelta a su casa por la ruta B2062. El trayecto había sido bastante silencioso.
-Tom…- Había empezado Natalie, cuando ya se encontraban a menos de 15 minutos de su hogar. –…Hay algo de lo que tenemos que hablar.-
Tom se mantuvo en silencio. Definitivamente esa no era su noche.
-Hay algo…sobre lo que estuve pensando bastante últimamente…-
Un semáforo en rojo lo obligó a detener el auto. No tuvo otra opción que hablar.
-Te escucho.-
-Estaba pensando… ya nos estamos volviendo mayores…- Notó que carraspeó al decir la última palabra. –Yo me estoy volviendo mayor, y aún no hemos formado familia… Tim, Jesse, ¿no has visto lo feliz que están con niños? Estaba preguntándome si… si no sería tiempo ya de tener nuestro hijo.-
La garganta de Tom se quedó seca. Nunca se había puesto a pensar en él como padre. No le disgustaban los niños como a Richard, todo lo contrario, pero su propia personalidad no iba con el típico prototipo de padre. Tom se comportaba como un niño los 365 días del año. ¿Cómo iba a poder educar a sus hijos comportándose así? Estaba acostumbrado a que lo cuidaran a él, no se imaginaba estando a cargo o cuidando de una criatura.  Tenía dos opciones: o cambiaba su forma de ser de un día para otro (lo cual, sabía, era prácticamente imposible) o rechazaba aquella absurda idea. Pero lo cierto era que sabía que Nat no aceptaría un no como respuesta. No había pasado por alto la cara de felicidad y el entusiasmo de su esposa cada vez que tenían la oportunidad de encontrarse con alguna de las hijas de sus amigos. Y después de todo, sabía que este planteo llegaría algún día… Lo supo desde el momento en que se habían enterado que Tim tendría su segunda hija. Era lógico que su mujer se planteara cómo podía ser que sus amigos ya iban por su segundo hijo y ellos aún no tenían ninguno. Pero lo que no entendía Tom era por qué Nat había elegido ese momento para planteárselo. Allí, en el auto, y a tan solo horas de que él hubiera llegado al pueblo. Tamborileó el volante del auto, sin saber muy bien cómo enfrentar la situación.
-…De acuerdo.- Fue lo único que atinó a decir. La verdad era que no tenía muchas ganas de discutir en aquel momento. –Si a ti te hace feliz…- Concluyó, y le plantó un beso en los labios que para Tom no supo a nada.
Al llegar a su casa no perdieron tiempo. Nat había dejado apoyada su cartera en la mesa del comedor y habían corrido al cuarto, socorridos por aquella necesidad urgente de tener sus cuerpos cerca. Era como si alguien le hubiera puesto Fast-Forward a la escena. Sus cuerpos se movían como el agua, conociendo cada centímetro uno del otro. No hubo contacto visual. Una vez que terminaron el acto, Nat se acurrucó a su lado y cayó plenamente dormida. Hasta que cayó vencido por el cansancio, Tom no dejó pensar en que aquella era la primera noche de su vida que no había sentido absolutamente nada.

            Sostuvo la taza de café en sus manos y le dio un sorbo. No haber sentido nada la noche anterior lo desconcertaba. Tom sintió una insoportable punzada en el estómago. Había fingido que todo estaba bien, que no lo había afectado lo que Nat le había propuesto. Había dicho que estaba de acuerdo en tener un hijo cuando él bien sabía que no lo estaba. Le mintió. A su mujer. La misma que lo había acompañado hasta en sus momentos más oscuros, la que no había dudado en darle una mano cuando él más lo necesitaba… la que se había quedado a su lado cuando ya ni él creía en sí mismo. Dejó la taza y apoyó un codo sobre la mesa, sosteniéndose la frente con una mano. No se sentía para nada bien consigo mismo.
-Fue una simple mentira.- Se repitió a sí mismo, tratando de darse ánimos –Hablaré con ella cuando se despierte.-
Buscó en su chaqueta por el paquete de cigarrillos y salió afuera. Encendió uno en la puerta de su casa y salió a caminar. Había prometido dejar de fumar hacía unos meses atrás, pero lo cierto es que no había podido dejarlo del todo. Los árboles se mecían con la brisa matutina y las nubes empezaban a cubrir el cielo, pero Tom recorría la calle sin mirar a su alrededor. Aturdido con sus propios pensamientos, sacó el i-pod de su bolsillo y encendió el reproductor. Quizás un poco de música podría lograr que dejara de atormentarse por un rato.
            Habiéndose acabado el cigarrillo, Tom comenzó a trotar por Military Road hasta llegar a Rye Road. La música acompañaba sus pasos y lo hacía olvidar de todo el resto. Cruzó las vías del tren y siguió por Landgate hasta Tower Street. Cuando pasaba por The Lemon Grass, un restorán tailandés ubicado en el medio de la ciudad, una flamante Ferrari negra que atravesó la calle llamó su atención. La siguió con la vista, preguntándose quién más en aquel pueblo, aparte de él, podría costearse una Ferrari. Prosiguió su marcha por Tower Street hasta que lo escuchó:
-¿Tom Chaplin?-
Tom lanzó un sonoro bufido. Estaba acostumbrado a ser reconocido en cualquier parte del mundo, pero justamente se había mudado a ese pueblo con la intención de no ser reconocido, de ser uno más en la multitud. Quitándose los auriculares de los oídos, giró en sí esperando toparse con algún aficionado, pero en cambio lo único que vio fue un auto. La Ferrari que había pasado antes se encontraba aparcada frente a él, y un hombre bajaba la ventanilla del lado del conductor. Le sonreía como si lo conociera de toda la vida, pero Tom no pudo reconocerlo. No lo hizo hasta que el hombre se quitó los lentes y dejó al descubierto sus inconfundibles ojos verde agua.
-¿…Matt McCannon?-
Sus risas se fusionaron. Matt aparcó el coche y salió a su encuentro. Llevaba puesta una camisa blanca y pantalones de vestir negros, extremadamente formales comparados con la vestimenta deportiva de Tom. Se fundieron en un abrazo amistoso.
-¡Qué bueno que nos hayamos podido encontrar!- Dijo Matt.
-Pues yo vivo aquí ¿Qué haces aquí?-
-Vacacionando...- Respondió Matt, sacudiendo su cabellera pelirroja, y lo observó con el ceño fruncido – Pero hace 2 semanas que estoy en el pueblo, creí que ya lo sabías…-
-Llegué anoche, he estado de gira por Europa con mi banda.- se excusó Tom, un poco confundido.
Tom trató de recordar la última vez que lo había visto. Probablemente habían pasado más de diez años. Sí, desde que había abandonado la Universidad de Edimburgo para dedicarse plenamente a la música. El tiempo de veras que le había sentado bien. La última imagen que tenía de Matt era la de un adolescente bohemio, con sus cabellos largos y la barba desprolija. Y el que tenía ahora en frente era uno totalmente distinto.
-Veo que no te ha ido mal- Comentó Tom, señalando el auto.
-Qué tendría que decir yo de ti entonces, querido Chappers- Retrucó, alzando su mano para revolearle el pelo.
-…Sigues siendo igual de molesto- Protestó Tom, entre risas.
-¡Algunas cosas nunca cambian!- Se excusó Matt.
-¿Y qué ha sido de tu vida en este tiempo?-
-Volví a Irlanda, me casé….-
-¡Bien!-       
-…me divorcié…-
-Quizás era lo mejor- Lo animó Tom, palmeándolo amistosamente en el hombro.
-…Y ahora estoy de vuelta en Inglaterra. ¿Por cuánto tiempo más te quedarás?-
-Solo dos semanas más.- suspiró Tom.
-Oye, deberíamos juntarnos a tomar una cerveza en algún momento. Recordar viejos tiempos, antes de que te vayas. ¿Qué dices?-
Acordaron verse el viernes siguiente. Tom ni se molestó en aclarar que ya no tomaba alcohol. Pero, definitivamente, necesitaba despejarse un poco. Luego de intercambiar sus números telefónicos, Matt observó su reloj.
-Debo irme.- Dijo, abriendo la puerta del conductor. -Tengo un almuerzo con un directivo importante en media hora.-
-¿En vacaciones?- Inquirió Tom, sorprendido.
-Ni lo menciones… un verdadero ejecutivo nunca puede disfrutar de su tiempo libre sin interrupciones.-
-Oh ya veo… ¡Quién lo diría!-Farfulló Tom, en tono de broma.
-Pues muchas cosas han pasado desde la última vez que nos vimos, Chappers.- Comentó Matt, cerrando la puerta del conductor y colocando las llaves para poner en marcha el motor del vehículo. -Por cierto, felicitaciones por tu casamiento.-
Tom rió y jugó con su anillo, incómodo- ¡Gracias! Veo que anduviste buscando información sobre mí en Internet….-
-Oh, no lo hice- Rió Matt, relajado, haciendo un ademán con su mano- Nat me lo dijo. Me la encontré en su galería cuando llegué al pueblo. Por lo que veo, no te lo ha contado.-
Tom sintió que sus mejillas comenzaban a hervir. Observó a Matthew, que lo miraba desde el auto con… ¿era una sonrisa burlona que tenía dibujada en el rostro? Tom se rascó la nuca, nervioso.
- …No hemos tenido tiempo de hablar mucho.- Se excusó, sintiéndose un completo imbécil y temiendo no sonar creíble.
-Ah, ya veo.- Masculló Matt. -De acuerdo, te veo el viernes amigo, ¡adiós!- Puso en marcha su auto, y desapareció al final de la calle, dejándolo a Tom allí, inmóvil, y con cientos de preguntas rondando por su cabeza.