7/9/12

The Starting Line- Capítulo 4


            Las señales de la calle pasaban a toda velocidad mientras circulaba a 170 Km/h por la autopista. Las luces de su auto precedían su marcha por el asfalto, al tiempo que “Tonight We Fly” de The Divine Comedy sonaba en el estéreo. Tom cantaba al tope de sus pulmones, sintiendo cada una de las palabras como propias. Era una de esas canciones que siempre conseguían ponerlo de buen humor y lo hacían olvidar de todos sus problemas, sin importar cómo se sintiese en ese momento. Ese era el efecto que la canción estaba teniendo sobre él.
          La música siempre había sido su lugar a donde huir. Recordaba las épocas en que contaba los minutos para volver a su casa del colegio y tirarse en la cama a escuchar música en su walkman. Ese era su momento de paz. Tom nunca lo había pasado bien en la escuela: los bullies se burlaban de su cara redonda y de su afinada voz, como si sintieran envidia de su don. Ser hijo del director no lo ayudaba en absoluto.
-Ahí viene cara de bebé Chaplin-         
-Oh, ¿has salido de la cuna?-
-Seguro va a cantar con el coro de maricas.-
-¿Qué vas a hacer? ¿Acusarme con tu papá?-
-El bebé siempre tiene a su papi cerca.-
Solo había una persona que lo defendía de esos ataques: Tim Rice-Oxley. Con su voz grave y madura para su edad, nunca había dudado en levantar la voz para defenderlo. El hecho de contar con un amigo 3 años mayor que él era una enorme ventaja para Tom, especialmente si este amigo les llevaba un metro de altura a todos sus compañeros. Pero Tim no podía estar presente para defenderlo siempre; en cambio la música siempre había estado ahí para reconfortarlo.
-Hasta en la época oscura-, recordó Tom.
Sacudió su cabeza como si así pudiera espantar rápidamente todos los pensamientos de aquella época y volvió a prestar atención a la vía. Conocía el trayecto desde la casa de Tim hasta su casa de memoria, pero aun así, un GPS insistía en mostrarle el camino más corto. Quizás no debería tomar el camino más corto, pensó. Volvió su vista al reloj del auto y vio que marcaba las 7:15 de la tarde. Podía desviarse un poco y aún así llegaría a tiempo para la cena, si era que Nat estaba preparando alguna. Sí, aún tenía tiempo para pensar tranquilamente.
El cartel de una localidad que conocía a la perfección apareció en su rango de visión: Bexhill-On-Sea, 5 Km. Bexhill-On-Sea era un pequeño pueblo a orillas del mar a donde Tim y Richard solían ir frecuentemente cuando eran niños. En ocasiones Tom también lo hacía, pero dado que era frecuentado mayormente por gente de avanzada edad, solía aburrirse allí. A medida que fue madurando, su interés por aquel pueblo fue aumentando. Con el tiempo descubrió que era un excelente lugar para relajarse, y llegó a desarrollar un gran cariño hacia él. De pronto, estacionar el auto por West Parade y caminar hasta la orilla del mar para arrojar unas cuantas piedras al agua le resultó una idea extremadamente tentadora.
Tom bajó de su Ferrari y cruzó West Parade mirando hacia ambos lados sólo por costumbre, ya que no vio ningún auto pasando en kilómetros. Era la hora de la cena y la costa se encontraba desolada, lo cual significó un gran alivio para él. Eso era todo lo que necesitaba: un momento de soledad. Mientras bajaba por la rampa que conducía a las orillas del Canal de la Mancha, tanteó el bolsillo de su chaqueta negra y sacó su paquete de cigarrillos. Tuvo que detenerse para encenderlo, puesto que la brisa del atardecer se empeñaba en extinguir el fuego de su encendedor. Una vez que logró prenderlo, le dio una pitada y prosiguió su marcha. Sintió que una de las cientos de piedras que cubrían el suelo se le colaba por el agujero que tenía en la suela de su zapato derecho. Maldiciendo por lo bajo se volvió a detener, dejó el cigarrillo balanceando entre sus labios y, con ambas manos libres, se quitó el zapato librándose de la molesta piedra. Al llegar a la orilla el aroma salobre del mar le inundó los pulmones. El sonido de las olas arrematando contra la costa actuaba como calmante. A pocos metros del mar, apoyó una de sus manos sobre el sinfín de piedritas redondas y se sentó a contemplar como el cielo anaranjado comenzaba a apagarse y empezaban a brillar las primeras estrellas sobre el mar. El agua reflejaba un paisaje calmo y tranquilo. Todo lo contrario a como se encontraba su vida en aquel momento.
¿De verdad solo habían pasado 2 días desde que había vuelto? El hecho de que aún tenía por lo menos 10 días más en el pueblo le resultaba agobiante. ¿Qué iba a hacer, ir molestar a Tim todos los días? No entendía por qué le costaba tanto volver a su casa. Quizás Tim tenía razón, había estado exagerando el tema desde el principio. Que Nat y Matt se hayan visto una vez no significaba que su esposa lo había engañado, ¿No? Además, Tom estaba seguro de que su esposa lo amaba más que a ningún otro ser en la tierra. De no ser así no le hubiera exigido formar una familia, ¿Verdad? Sí, definitivamente el cansancio de la vuelta le había jugado en contra. No había nada de malo en su relación. Nada había sucedido.
Terminó su cigarrillo y lanzó la colilla al agua. Se quedó contemplando ciegamente el horizonte hasta que el frío, el hambre y la oscuridad lo hicieron levantarse. No tenía ni idea de que hora era, pues no llevaba reloj de mano y tenía su celular apagado. Lo había mantenido así desde que había salido de su casa esa tarde, y no pensaba volver a prenderlo hasta que volviera.
Las luces en los edificios de la costa lo guiaron hasta la calle. Supuso que la  gente que habitaba en esos apartamentos se encontraría mirando algún insulso programa de entretenimientos en la televisión, descansando después de un arduo día de trabajo y con las panzas llenas. El gruñido de su estómago le recordó que no había ingerido nada desde esa mañana. Era hora de volver. Buscó en su chaqueta las llaves de su auto y accionó la alarma. Los faroles de su auto titilaron, saludando su regreso. Abrió la puerta y se sentó en el asiento del conductor. Mientras encendía el motor nuevamente, algo captó su atención. A unos pasos más allá, un hombre salía de uno de los apartamentos con las manos enfundadas dentro de su tapado. Mientras cruzaba por la calle, las luces de un coche estacionado del lado opuesto de la calle se encendieron y apagaron intermitentemente. Reconoció el auto de inmediato, al igual que aquella radiante cabellera colorada.
Debía de haber solo 2 Ferraris iguales en toda la costa de East Sussex. ¿Por qué justo tenía que aparecerse por allí al mismo momento que él? Se quedó quieto un segundo y luego recordó que probablemente Matthew no supiera que Tom tenía una Ferrari. Por lo menos, no se lo había comentado. Vio como Matthew se subía a su auto y arrancaba. Lo mejor, pensó Tom, sería esperar a que desapareciera de su vista para salir. No quería tener otro encuentro con él.
Esperó hasta que el semáforo que lograba ver dos cuadras más allá pusiera luz en verde para arrancar. Decidió hacerle caso a su GPS y tomó el camino más rápido para volver. Pero, una vez en la autopista, la figura del auto gemelo con el que no deseaba cruzarse volvió a aparecer a unos coches de distancia. Comenzaba a odiar su presencia. Respiró hondo y trató de evitar pensar en ello, pero cuando vio que ponía el guiño para bajar en la misma bajada que él no pudo evitar maldecir en voz alta. Ahora que solo dos autos los separaban, era imposible que Matthew no se hubiera percatado de su presencia. Rezó por que aquello no aflorara dudas en él y giró en la primera esquina. Supuso que si iba por la calle paralela a la avenida no deberían cruzarse. El Cavallino Rampante volvió a aparecer en su campo visual a unas cuadras de distancia. Debía de ser una broma. Cuando apenas los separaban unos pocos metros, la Ferrari de Matthew puso balizas. Una gota de sudor corrió por su frente. Suspiró de alivio cuando vio que la misma doblaba para entrar en una residencia.
Al segundo que Tom posó la vista sobre la residencia le quedó bien en claro que Matthew no se estaba alojando en un hotel. Era una casa ostentosa, de dos pisos, con un gran árbol de abeto en la entrada muy similar al que años antes habían talado sus vecinos frente a su casa. Definitivamente Matt tendría algo que aclararle cuando se encontraran. Volvió su vista a la calle, un poco aturdido. No veía la hora de llegar a su casa, comer lo que hubiera de cena y tirarse a dormir para que aquel día terminara por completo.

-Quizás no deberías permitir que Tim te deje trabajando hasta tan tarde- Inquirió Nat, desde la cocina. –Siempre vuelves extenuado.-
Tom levantó con el tenedor un gran trozo de bife y se lo metió en la boca. Se encontraba sentado a la mesa del comedor, solo, con una jarra de agua a medio terminar sobre la mesa como único acompañante. Había arribado a su casa para encontrar a Nat lavando los platos, quien (luego de mirarlo fugazmente de reojo y saludarlo con un seco –Hola-) había procedido a ignorarlo completamente. Tom se había acercado a su esposa con cautela, le había dado un beso (el cual ella no le devolvió) y fue ahí que se dio cuenta de que había llegado tarde para la cena.
-Se estaba haciendo muy tarde.- Se defendió Nat.
-Pero podrías haberme esperado.- Le retrucó Tom, molesto de que su esposa no hubiera podido esperarse unos minutos más para cenar con él.
-¡Pensé que no vendrías!-
-Te he dicho antes de salir que volvería para la cena-
-Y yo te he llamado 6 veces al teléfono. Nunca respondiste.-
-Se agotó la batería.-
-¿Y no se te ocurrió que podías llamarme desde la casa de Tim?-
-Podrías haber hecho la llamada tú en ese caso-
-No quería molestar a Jayne.- dijo Nat, para luego acotar amargamente: -Seguro que ella sí tiene la posibilidad de ver a su marido en su casa más de 5 minutos.-
-¿Disculpa? ¡Si recién he vuelto!-
-Sí, y ya te has ocupado en desaparecer de mi vista.-
-¿Estás insinuando que lo hice a propósito?- dijo Tom, arqueando una ceja y tratando de evitar que sus emociones lo delataran.
-Pues no te vi en casa más de 5 minutos hoy. Y sabías que era mi día libre.-
Tom no lo sabía.
-Pues ahora estoy aquí.- Dijo Tom, tratando de disculparse. -¿Qué quieres hacer?-
-Salgamos a algún lado.-
-…estoy muy cansado.- respondió Tom, con franqueza. Se dio cuenta al instante que no había pensando muy bien su respuesta.
-¡Muy cansado!- Había exclamado Nat, con indignación, para luego apartarse de su vista y retirarse dejando a Tom con las palabras en la boca.
Aparentemente, nada de lo que diría esa noche podría conformar a su esposa. Estar comiendo ahí sentado y sólo en aquella mesa le recordó por qué no quería volver a su casa. Era una humillación tal que Tom ni se atrevió a dirigirle la palabra cuando su mujer pasó -sin mirarlo- por su lado y se dirigió al cuarto.
Al momento de subir al altar para dar el ‘sí’ Tom nunca se había imaginado que las cosas serían de este modo. Habían sido una pareja estable antes de casarse, cuidándose las espaldas por 10 años. Que iban a terminar viviendo toda su vida como marido y mujer era algo previsible para todos los que los conocían. Y la verdad era que Tom nunca se había sentido tan seguro de tomar una decisión en su vida como en el momento en que se había arrodillado al piso en aquel restaurante y le había pedido la mano, en frente de todos los comensales. Se había sentido feliz. Pero las cosas habían cambiado. Los cuestionamientos, que antes solo habían durado unas horas, comenzaron a hacerse más frecuentes desde que se habían casado, y aún no entendía muy bien por qué. Y si había algo que Tom no podía soportar era que lo cuestionaran por hacer las cosas que a él le placían. Pero pensándolo bien, ¿no había sido así desde que la conocía?
-¿No has tomado suficientes cervezas ya?-
-¿Qué haces fumando?-
-¿Qué haces rezando?-
-¿Golf? ¿Por qué no haces algún deporte en el cual realmente hagas ejercicio?.-
-Basta, basta, basta.- se repitió a sí mismo, mientras levantaba su plato y lo llevaba a lavar a la cocina. Se quedó a enjuagar sus cubiertos, su plato y su vaso. Volvió a colocar la jarra de agua en la heladera y guardó las sobras de la cena en un tupper. Se dirigió al living, y se acomodó en el gran sofá de color bordeaux que se encontraba enfrentado al televisor de 42 pulgadas. Lo encendió e hizo zapping hasta que dio con una película que creía haber visto alguna vez pero no recordaba su nombre. Se quedó observando fijamente la pantalla pero sin prestarle demasiada atención. Se ensimismó en sus propios pensamientos casi sin darse cuenta…

El sol le daba directo en el rostro y le hacía doler los ojos. Intentó protegerse con una mano, pero al hacerlo sintió como unas ásperas partículas se colaban entre los dedos y caían por su rostro. Se levantó de golpe, sintiéndose mareado, y por un segundo se le nubló la vista. A su alrededor no veía nada. Lo único que podía sentir era el contacto de aquello áspero rozándole la piel, que se sentía como algo que ya había experimentado antes… ¿Acaso era arena? De a poco su vista se fue acostumbrando a la enceguecedora luz y se dio cuenta de que se encontraba en una duna. Las partículas de arena volaban a su alrededor, sacudidas por el viento y formando remolinos. Comenzó a caminar sin un rumbo determinado, siguiendo al viento, para escalar una de aquellas dunas.  Al llegar al pico no pudo evitar lanzar un suspiro: unos metros hacia abajo se extendía un mar del azul más oscuro que jamás había visto. Podía escuchar el sonido de las olas alcanzando la costa. Comenzó a bajar por la pendiente en dirección al agua, y a medida que lo hacía divisó una cabaña a lo lejos. Una cabaña pintada de blanco, en el medio de aquel mar de arena y agua. Supuso que valdría la pena echarle un vistazo, así que cambió su rumbo para dirigirse a ella. A unos metros de distancia se dio cuenta de que la chimenea de la cabaña emanaba un humo blanco. ¿Quién podía vivir en aquel inhóspito lugar?
Con cautela, rodeó la casa hasta encontrarse en la puerta de la misma y llamó dos veces. El silencio que precedió le hizo creer que no había nadie. Volvió a llamar dos veces a la puerta cuando escuchó un grito:
-Ey, ¡Tom!-
Tom sintió que su corazón dio un vuelco al reconocer aquella voz. Solo para confirmarlo, giró su cuerpo para enfrentar a la persona que acababa de hablar. Tim Rice-Oxley se encontraba sentado a escasos metros y lo saludaba con una amable sonrisa. En sus manos tenía una guitarra acústica.
-¡Tim! ¿Qué haces…?-
-Estaba trabajando en una canción nueva.- Dijo, con total naturalidad –Encuentro la playa como un lugar maravillosamente inspirador para componer.-
Tom se acercó a su amigo y esbozó una sonrisa. No tenía ni idea de qué estaba haciendo allí, pero encontrarse con una cara conocida le resultó reconfortante.
-A ver, tócamela.-
Tim asintió y apartó su mirada hacia el mar. Al tiempo que Tom se sentaba a su lado, Tim comenzó a rasgar unas cuerdas. El sonido que procedía de aquella guitarra era increíble: los acordes se fusionaban entre sí y daban la impresión de contar una historia, una historia sin lírica pero que de alguna manera su corazón podía entender. Tom observaba cada movimiento de los dedos de Tim sobre aquellas cuerdas con admiración: tocaba como si no le costara ningún esfuerzo pasar de un acorde al otro sin mirar al instrumento. La expresión del rostro de Tim mientras observaba al mar captó la atención de Tom. Su mirada era serena, tranquila, como influida por la música que él mismo estaba generando. Tom se detuvo en el perfil de sus pestañas, de su nariz, de su boca… Las mejillas de Tom comenzaron a arder al darse cuenta de que lo estaba observando demasiado. Para beneficio de Tom, Tim se encontraba demasiado inserto en su música para notarlo. Era Tim, su amigo de toda la vida. No debería resultarle atractivo. -No debería…- pensó y se mordió el labio inferior, apartando la vista. Tardó unos segundos en darse cuenta de que la música había cesado y ahora los inundaba el silencio. Miró de reojo a su amigo y vio que aún permanecía con la vista sobre el horizonte. Creyó que el tiempo había parado por un segundo.
-Es espectacular, Tim.- Musitó Tom, atónito. –Muero por escucharla terminada.-
-Gracias.- Dijo Tim sonriendo tímidamente y bajando la vista, como solía hacerlo.
-¿Aun no tiene letra?-
-En realidad sí, pero mi voz no es lo suficientemente buena para cantarla.- Espetó Tim, y colocó sus impresionantes ojos azules sobre los de Tom, ampliando la sonrisa y añadiendo en un susurro: -Por eso me alegro de tenerte aquí.-
El corazón de Tom dio un brinco. Había algo en esa sonrisa, en la sensación de calor que le producía estar cerca de su amigo, en el cálido resplandor de esos ojos azules reflejando el color del mar y el cielo, algo que estaba más allá de todo lo que alguna vez había sentido cerca de Tim… Y si no apartaba la vista iba a hacer algo muy tonto, lo sabía. Pero Tom no tuvo ni tiempo de apartar la vista. Con un movimiento rápido Tim lo había tomado del cuello, girando su cabeza para obligarlo a enfrentar sus rostros y adelantando su cuerpo para arremeter contra sus labios, dejando que la guitarra cayera a su lado con un ruido seco. Tom no ofreció resistencia. Sus labios se fundieron en un apasionado beso, como si sus cuerpos hubieran estado deseando aquello mismo hacía tiempo y eran ellos los que recién estaban comenzando a descubrirlo... Un escalofrío recorrió la espalda de Tom cuando sintió que Tim ejercía peso para colocarse encima de él, dejando a Tom de espaldas en la arena e indefenso frente a aquel arrebato de pasión…

            Un beso húmedo sorprendió a las mejillas de Tom. Estiró una mano para tocar el pelo de Tim pero lo sintió demasiado largo y enrulado. Abrió sus ojos de par en par para encontrarse frente a frente a un hocico húmedo negro y dos ojos pequeños y marrones observándolo fijamente. Del susto dio un respingo y asustó al animal, quien se retiró de inmediato en dirección al dormitorio. Apoyó uno de sus brazos contra el sillón y, con los ojos entrecerrados por la luz, notó que el televisor seguía encendido. Echó un bufido e intentó buscar el control remoto, que encontró a unas palmas de distancia. Giró en sí en el sillón y apagó el televisor con el accionar de un botón. Echó el control remoto al suelo y volvió a cerrar los ojos.
            La primera imagen del sueño que volvió a su mente fue la de Tim abalanzándose sobre su cuerpo. En la oscuridad del living abrió sus ojos y frunció las cejas, perturbado. ¿¿Había estado besando a Tim?? No. No. No. Imposible. Mierda, ¿Por qué ese sueño se había sentido tan real? No, Tom jamás se había sentido atraído por Tim, de ninguna manera. En su mente se repitió que aquel debía de haber sido el sueño más traumático que jamás había tenido. ¿¿Acaso una parte de su cerebro no había entendido que todo aquello de irse a vivir solos a una isla era en broma??
            Ahora no podría dormir. Con esas imágenes del cuerpo de Tim sobre la arena,  de sus labios rozando los suyos, del color inhumano de sus ojos… Una mueca de asco cruzó su rostro. Juró que tenía que dejar de pensar en ello o vomitaría.
            Se levantó del sillón sintiéndose como si hubiera sido arrollado por un camión con acoplado. Tenía el pelo pegado al rostro, le dolía mucho la espalda y el cuello, y como si fuera poco le estaba empezando a doler la cabeza. Ni siquiera sabía qué hora era. Se arrastró hasta la cocina y encendió la luz. Una vez que se acostumbró a la misma se acercó a la heladera y sacó una pequeña botella de agua mineral. Fue a sentarse en la mesa del desayunador y recordó que aún llevaba su celular encima. Lo sacó del bolsillo de su pantalón y lo encendió.
            Lo primero que apareció en la pantalla de su celular fue un aviso: “Tienes 8 llamadas perdidas”. ¿Ocho? Abrió el registro de llamadas y leyó:
Nat                6:30 pm
Nat                6:32 pm
Nat                6:40 pm
Nat                6:58 pm
Nat                7:27 pm
Nat                7:35 pm
Terry            12:32 am
Terry            02:41 am
¿Terry? ¿Quién demonios era Terry? ¿Y por qué había estado llamándolo a las 2:41 am? Se le ocurrió fijarse la hora que era en aquel momento. El celular le indicó que eran las 3:01 de la mañana.
Confundido, buscó en sus contactos por el nombre “Terry” y se quedó observando fijamente el número hasta que lo reconoció. Era el mismo número que conocía de memoria y que esa misma tarde había marcado desde el teléfono de su casa. El número de Tim.
Tom se tomó un segundo para destapar la botella de agua y le dio un pequeño sorbo. Volvió a prestarle atención a su teléfono y se dio cuenta de que varios de los nombres de su agenda habían sido alterados: reconoció el número de Richard Hughes como “Dickie Mc Hughes” y el de Jesse Quin como… “The Amazing Mr Quin”.
Jesse, dijo una voz en su interior y revoleó los ojos. De alguna manera había logrado usurparle su teléfono en medio del vuelo de regreso a casa y le había vandalizado la lista de contactos. Tomó nota mentalmente de devolverle la broma; pero en ese momento había un asunto más importante al que debía responder.
Tim había estado llamándolo durante la noche. Para ser más precisos, lo había llamado hacía 20 minutos. No era usual que Tim se quedara despierto hasta altas horas de la noche… a excepción, quizás, de las veces que iba de visitas al pub. Pero en ese caso, ¿con qué motivo lo había llamado? Quizás solo se encontraba ebrio. Decidió que dejaría el celular encendido el resto de la noche: sin dudas si se tratara de algo urgente Tim lo llamaría pronto.
Preguntándose por qué todo tenía que revolver alrededor de Tim esa noche, dejó la botella de agua sobre la mesada de la cocina y se dirigió a su cuarto. Mientras subía las escaleras, se vio invadido nuevamente con imágenes de Tim encima suyo sobre la arena, de sus labios contra los suyos, de su lengua arremetiendo contra… ¿Qué demonios sucede conmigo? Irritado, sacudió su cabeza intentando desvanecer aquellas imágenes nítidas que no dejaban de torturarlo e ingresó a su cuarto. Encontró a Nat profundamente dormida: su pequeño cuerpo, de alguna manera, había encontrado la manera de ocupar casi todo el ancho de la cama King Size. Tratando de hacer el menor ruido posible, dejó el celular sobre la mesita de noche y se quitó la ropa, quedándose únicamente en sus blancos y ajustados boxers. Dejó el resto de sus prendas sobre la silla que se encontraba junto al gran ventanal de su habitación y, tratando de no despertar a su esposa, se recostó en el pequeño espacio de la cama que quedaba libre. Se acomodó enfrentando espalda con espalda con Nat y pasó uno de sus brazos debajo de la mullida almohada. El calor y la comodidad de la cama lo invitaron a cerrar los ojos, pero cuando lo hizo la imagen nítida y tangible de Tim sonriéndole provocativamente apareció frente a él. Demonios. Con los ojos abiertos de par en par, aterrorizado de lo que pudiera suceder si volvía a cerrarlos otra vez, giró en sí quedando mirando a la espalda de su esposa.
La luz de la luna se coló a través de la ventana y le permitió ver con detenimiento la figura de Nat. Lo primero que notó fue que se había puesto un camisón de encaje corto; el preferido de Tom. Un poco confundido y aliviado a la vez, suspiró al darse cuenta de que aún le resultaba atractivo el modo en que la tela se le ceñía alrededor de la cintura, la ligera transparencia que le permitía ver la piel debajo de la tela... Estiró un brazo y lo envolvió alrededor de su cadera, adelantando su cuerpo para apoyar su cabeza sobre su espalda. La necesitaba cerca para alejar su mente lo más rápido posible de aquel perturbador sueño. Tenía ganas de despertarla, de pedirle perdón, besarla y recordarse a sí mismo de quien se había enamorado. Nat se dio vuelta entre sueños y Tom se quedó mirándola frente a frente. Era fácil olvidarse de lo difícil que podía ser tratar con ella viéndola allí, indefensa, sin el ceño fruncido o las muecas de enfado que le había dirigido durante la cena.
            Quizás no debería haber huido a lo de Tim esa tarde. De no haberlo hecho, quizás hasta hubiera podido arreglar las cosas. Pero aún no era demasiado tarde: tenía 10 días más para demostrarle a su esposa que él se preocupaba por ella. Si mal no recordaba, Nat le había mencionado que tendría una exposición en su galería al día siguiente... De ser así, decidió que la acompañaría. Eso la pondría contenta. Luego podría planear un viaje, algo para alejarla del pueblo donde vivía encerrada el resto del año. Con suerte eso lograría quitarle el enojo. Diez días parecía poco tiempo, pero sabía que para él se le iban a hacer eternos.
            Aturdido con esos pensamientos, volvió a girar en sí dándole la espalda a Nat. Intentó poner su mente en blanco: si seguía pensando sabía que pasaría la noche entera sin dormir y no quería amanecer como un zombie malhumorado al día siguiente. Eso no ayudaría a arreglar las cosas con Nat. Casi sin darse cuenta, llevó su mano a su mesita de noche y agarró su celular. Le echó un vistazo, pero para su profunda decepción la pantalla solo le devolvió la hora. No había más llamadas perdidas, ni mensajes, ni nada. Al volver a dejarlo de vuelta donde estaba, no pudo evitar volverse a preguntar por qué lo habría llamado Tim. Se arrepintió de ello al instante: su mente le recordó el sueño inapropiado que había tenido y tuvo que cerrar los ojos, apretándolos por demás. Definitivamente no le contaría a nadie acerca de ello. A nadie. Después de todo su único y más fiel confidente era el mismo Tim, y claramente no se imaginaba contándoselo. Era realmente perturbador, no encontraba explicación a semejante sueño.
            El inconsciente era algo que siempre le había atraído: había tenido interminables charlas al respecto con su esposa y con sus amigos. Recordó que Shona, la esposa de Richard, una vez le había mencionado que los sueños eran el reflejo de los más profundos deseos o temores que uno llevaba en su interior. Definitivamente el que había tenido hacía unos minutos era un reflejo de eso último. La idea de estar besuqueándose con su mejor amigo tenía que ser más una pesadilla que otra cosa. Sí, era cierto que siempre había tenido un cariño especial con Tim; un cariño y una cercanía que jamás había vuelto a conseguir con ninguno de los amigos que se había hecho a lo largo la vida. ¿Pero de ahí a desearlo...? No, definitivamente no. No tenía por qué haber algún significado oculto en el sueño, pero cuanto más pensaba en ello, más perdido se sentía. Y lo que lo terminó de desconcertar fue sentir que, a medida que se iba quedando dormido pensando no en otra cosa que en el sueño, esa sensación de repulsión que había sentido al despertar había desaparecido.


10/8/12

The Starting Line- Capítulo 3


            Tim se sentía mugriento y sudoroso. Se encontraba de rodillas, escarbando la tierra con sus manos y sintiendo cómo la misma se le colaba por debajo de las uñas. Una vez que se sintió satisfecho con el pequeño pozo que había cavado, se volvió en sí y recogió una de las bolsas que llevaba la carretilla de metal que había dejado acomodada unos pasos más allá. Abrió la bolsa y volcó un par de semillas en su palma para luego tirarlas dentro del pozo. Con dedicación, volvió a cubrirlo con tierra utilizando sólo sus manos. Una gota de sudor corrió por su frente.
            Trabajar en la huerta era uno de los placeres más nuevos que había descubierto. Había algo en el entrar en contacto con la naturaleza que lo fascinaba. Después de pasar meses y meses de gira, de estar más tiempo en el aire que en el suelo, volver a su casa y encontrarse con que los vegetales que había plantado la temporada anterior habían crecido le generaba una satisfacción incomparable. Era  como si volviera el tiempo atrás, a cuando el hombre no poseía ningún tipo de tecnología en su vida que lo alejara de la naturaleza. Si no fuera por su extrema pasión por la música, hubiera asegurado que había nacido para ser granjero. Simplemente, lo adoraba.
            Apenas había despertado esa mañana se había propuesto no entrar al estudio. Era un sacrificio bastante grande para él, pero sentía que no tenía otra opción si quería mantener la paz dentro de su hogar, especialmente con su esposa. Una vez levantado de la cama, había bajado a la cocina para prepararse café, algunas tostadas y leer el periódico. Cuando terminó su desayuno, y luego de poner orden en la cocina, subió a ver si Lilac aún se encontraba durmiendo- efectivamente, lo estaba. Pasó al cuarto contiguo y se encontró con su hija menor, que lo observaba despierta desde la cuna. Sus ojos gigantes, de un color que aún no se decidía entre el azul marino y el turquesa oscuro, hacían que Tim se sintiera fascinado cada vez que la veía. La meció en sus brazos hasta que la niña cayó dormida de nuevo. Alrededor de las 10 de la mañana se había despertado Jayne; Lilac lo había hecho unos minutos después. Tim, en un intento de hacer notar su presencia, preparó el desayuno para ambas y prendió la televisión. Pronto se dio cuenta de que ya no sabía qué otra cosa hacer para pasar el tiempo alejado de su piano.
-Puedes ir a hacer las compras-, Le había sugerido su esposa, dándose cuenta de lo inquieto que estaba su marido, quien caminaba de la cocina hacia el living, sin saber en que ocupar su tiempo.
Le preguntó a Lilac si quería ir a hacer las compras con él, a lo cual la niña accedió gustosa. Subieron a su Land Rover y manejaron hasta el pueblo más cercano. Tim descubrió que hacer las compras con Lilac era algo muy entretenido. La niña había ido tantas veces de compras con su madre que se conocía de memoria dónde se encontraban todas las cosas que deberían comprar.
-Leche- Le había dicho Tim, leyendo la lista que le había entregado Jayne.
-¡Por allí!-, Le había indicado Lilac con su pequeña manito, para luego correr en dirección a la góndola correspondiente con Tim empujando el carrito detrás de ella.
Cuando estaban haciendo la fila para pagar, Tim había visto unos sobres de semillas y se había propuesto que esa tarde volvería a trabajar en su huerta. Eso lo mantendría ocupado.
            Una vez que terminó de plantar todas las semillas, apoyó un pie en el suelo y se levantó, sintiéndose totalmente extenuado. Había estado trabajando por 2 horas bajo el implacable sol de verano, podía sentir cómo se  le había dorado la piel. Tenía todo el jean lleno de tierra y la sudadera pegada al cuerpo por la transpiración. También le había empezado a doler la espalda. Todo lo que quería hacer en ese momento era volver a la casa y darse una refrescante y renovadora ducha.
            Arrastró la carretilla fuera del perímetro de la huerta y la volvió a colocar en su garaje. Cerró la puertita del cerco que separaba la huerta del resto del jardín para evitar que las gallinas entraran a comerse las semillas y, finalmente, arrastró sus pies hasta estar dentro de la casa. Subió las escaleras hasta el baño y prendió la ducha.  Mientras se quitaba los pantalones y la sudadera, escuchó que su celular sonaba en el cuarto. Se envolvió en una toalla y salió del baño.
-¿Hola?-
-Tim, ¿Tienes tiempo?- Reconoció la voz de Tom del otro lado.
-Me estaba por bañar- Respondió, acomodándose la toalla alrededor de su cintura.-Pero te escucho, ¿sucede algo?-
-Tim, no sé qué hacer de mi vida-
Tim revoleó los ojos y se sentó al borde de su cama. Había escuchado esa misma frase antes.
-Creí que ya habías superado la crisis de los 30...-
-No, es en serio Tim, necesito verte.-
-¿De qué hablas?-
-Tengo demasiados pensamientos en la cabeza.-
-Bueno, ¿sabes?, era hora. Significa que estás creciendo. No puedes tener el cerebro vacío toda tu vida.- Bromeó Tim, siguiéndole la corriente.
-Tim hablo en serio. No estoy bien.
-¿Es otra de tus bromas, Tom? Porque si lo es, no es gracioso.- El semblante de Tim se tensó. Comenzaba a alarmarse.
-¿Puedo caer en tu casa en media hora?-
-Tom, ¿Qué…?-
-¿Puedo…?-
-De acuerdo. Pero dime qué demonios pasa.-
-Te contaré todo cuando llegue.- dijo Tom, y cortó la llamada.
            Tim dio un suspiro. Volvió al baño y se metió en el agua, que había estado corriendo todo el rato que había estado al teléfono. Mientras se encontraba debajo de aquella refrescante lluvia, comenzó a temer de las cosas que podrían estar pasando en la mente su amigo.
            Tom había pasado por una etapa oscura hacía unos años. Había dejado de ser el que era para convertirse en un monstruo caprichoso que no dejaba que nadie le hablara, sumido en su propio mundo de adicciones. Tim recordaba con mucha claridad la cantidad de veces que había ido a tocarle la puerta para intentar hacerlo entrar en razones y Tom lo había ignorado. Sabía que los demonios de aquellas épocas seguían atormentando a Tom, pero también sabía que había mejorado mucho desde entonces. Deseó con toda su alma que no se tratara de aquello.
            Para cuando salió de la ducha y se vistió, ya habían pasado 20 minutos. Se apresuró a la cocina, aún con el pelo mojado, para darle las noticias a Jayne.
-Me llamó Tom. Está viniendo.- Le dijo Tim. –Espero que no te moleste.-
-Mientras que no pretenda quedarse a cenar…-
-No, solo se quedará un rato- Repuso secamente.
Jayne no hizo más preguntas. Sabía bien que la relación de Tim con Tom sobrepasaba a  la típica amistad entre compañeros de banda. Habiéndose criado juntos, habían desarrollado unos lazos muy fuertes uno con el otro. Eran prácticamente inseparables.
            Tim se alejó de la cocina y fue hacia el living, donde un gran ventanal le permitía observar qué estaba sucediendo en la calle. Su hija lo siguió, entusiasmada.
-¿Vendrá el Tío Tom?- Preguntó, con los ojos bien abiertos.
-Solo por un rato.- Contestó Tim, subiéndosela a su regazo. –Vamos a hablar, y luego se vuelve a su casa-
-Oh…- Dijo Lilac, y señaló hacia la calle. –¡Creo que ahí viene!-
En efecto, una Ferrari acababa de atravesar la calle a gran velocidad y estaba estacionándose frente a su casa. Tim vio a través del ventanal como se bajaba del auto, e inmediatamente se dio cuenta de que su amigo no se encontraba bien. Bajó a su hija de su regazo y se dirigió hacia la puerta de entrada. Cuando abrió la puerta, Tom se encontraba a medio camino entre la calle y su casa.
-Vamos al estudio.- Espetó Tim. No quería que nadie más pudiera escuchar las conversaciones privadas entre ellos.
-De acuerdo.- Accedió Tom, en un tono inusualmente apagado.
            Mientras caminaban por el sendero que los llevaba derecho al estudio, los ojos de Tim repararon en la manera que caminaba su amigo. Llevaba sus manos escondidas en los bolsillos de la chaqueta de cuero que llevaba puesta. Su vista no se apartaba del suelo que pisaban sus pies, como si caminara por un campo minado y tuviera miedo de  volar en pedazos en cualquier momento.
            Tim se acercó a la puerta principal del estudio y entró. Prendió las luces de la habitación y dejó que Tom pasara primero. Caminaron entre el sinfín de instrumentos musicales y pasaron al cuarto contiguo. Era un salón bastante espacioso, pero estaba tan repleto de cosas que lo hacía lucir más pequeño. Había sido su lugar de estar favorito durante el grabado de su cuarto disco de estudio. En la habitación había unos 10 teclados que Tim había comprado por subastas en internet y no sabía dónde meterlos. Algunos se encontraban apoyados de manera vertical junto a unas butacas de cine de color rojo que se apostaban sobre la pared derecha. Tom fue derecho a sentarse en una de ellas.
-Ahora sí. Dime, ¿qué demonios sucede?-
Tom lo miró alzando una ceja.
-¿Es necesario que me hables así? ¿Qué parte de “estoy mal” no entiendes?-
-Lo siento, lo siento- Se excusó Tim, poniéndole una mano en el hombro mientras se sentaba en una butaca a su lado -Es que me tienes preocupado… Te escucho.-
Tom le contó con lujo de detalles todo lo sucedido desde que había llegado a Inglaterra, la cena, la conversación del auto, la propuesta.
-¿Y no pudiste decirle que no?- Preguntó Tim, confundido.
Tom agarró una pelota de tenis del suelo y la hizo rebotar contra la pared.
-Fue un absurdo error.-
Omitió que no había sentido nada durante el sexo.  Volvió a retomar su narrativa cuando Matt le contó que había visto a Nat…y cómo ella no le había contado nada.
-….entonces me di cuenta de que había sido un idiota por sentirme mal esa mañana por haberla ilusionado en vano. Total, ¿Qué mierda importaba? Si ella me ha estado mintiendo desde que llegué al pueblo. Toda la cena hablándome de mierdas insignificantes, sin hacer mención alguna de su encuentro con Matthew.-
-Quizás fue sólo un malentendido…- Sugirió Tim.
-¿Hablamos por teléfono cada 12 horas y no tuvo tiempo para contarme nada?-
Tim se quedó pensativo unos momentos, hasta que contestó:
-Creo que estás exagerando el problema. Ya han pasado por situaciones peores antes y pudieron salir adelante.-
-Pero yo nunca le mentí desde aquellas épocas, Tim. Yo siempre creí en su palabra. Pero ahora me he dado cuenta de que estaba equivocado.-
-Oh vamos, no exageres- Masculló Tim. -Técnicamente no te mintió. Solo te ocultó información.-
Tom lo fulminó con la mirada.
-¿Y ya has hablado con ella?- Inquirió Tim.
-No.- Respondió Tom con franqueza. –No podía soportarme ni a mí mismo, y sabía que si la enfrentaba en aquel momento de rabia la iba a terminar lastimando. Y no quería que eso sucediera.-
-¿Sabe que estás aquí?-
-Le dije que venía para tu casa a grabar unas canciones. Fue la mejor excusa que se me ocurrió.-
-¿Y te creyó?- Preguntó Tim, frunciendo el ceño.
-¿Por qué no iba a creerme?-
-Tom…- Empezó, revoleando los ojos.- ¿Desde cuándo accedes a meterte en el estudio cuando acabas de llegar a tu casa?-
-Ni que fuera la primera vez…-
-En otros tiempos tendría que traerte arrastrando… Generalmente disfrutas de estar en tu hogar.-
-Tim, no todo es lo que parece. Me encantaría poder decir que mi matrimonio va de maravillas como el tuyo, pero ¿sabes? Estoy muy lejos de ello.-
Tim se mordió el labio y apartó la vista tan pronto como Tom mencionó lo de su matrimonio. Este último no lo pasó por alto.
-¿Dije algo malo?-
Tim lanzó una risa irónica.
-Me da gracia que lo digas. ¿A ti te parece que mi matrimonio puede ser perfecto? ¿Con lo fiasco que soy como marido y padre? Tom, por favor…-
-¡Hey! ¿Qué estupideces son esas?-
-Ninguna estupidez, soy realista.- dijo, poniéndose de pie. -Vivo aquí dentro, me la paso trabajando. ¿Crees que Jayne puede ser feliz conmigo?-
Tim se había alejado de los asientos y estaba mirando por la ventana que daba a su casa. Allí adentro comenzaban a encenderse las luces.
-¿Por qué no habría de serlo?- preguntó Tom, confundido, desde su butaca. -Tim, toda persona que te conoce sabe como eres. Jayne no es la excepción. Ella se casó sabiendo en donde se metía. Música, trabajo y tú son uno solo. Vienen en el combo, ¿Por qué no habría de entender eso?.-
Tim sonrió. Tom debía de ser el único en el planeta que lo entendía y aceptaba tal y como era. Incluso aunque a veces protestara o despotricara contra él. En el fondo, siempre lo entendía.
-Tommy, Tommy- Dijo, mirándolo a los ojos.- Estamos aquí porque eres tú el que necesita respuestas ahora. Ya hablaremos de mis problemas en otro momento.-
-Me pregunto por qué son tan complicadas las mujeres…- Dijo Tom, suspirando.
-Me haces esa pregunta desde que éramos dos adolescentes.- Masculló Tim, entre risas.- Y jamás he sido capaz de respondértela.-
-Pero ahora somos adultos… Eres más sabio, quizás ya has descubierto la respuesta.- Dijo Tom burlonamente, volviendo a rebotar la pelota de tenis contra la pared.
-El hecho de que sea más viejo no significa que sea más sabio.- Negó Tim, arqueando las cejas. -De hecho, cada día que pasa entiendo menos a las mujeres.-
-También yo- Confesó Tom, atajando la pelota en el aire y apoyándose contra el respaldo del asiento.- No entiendo por qué complican tanto las cosas. Por qué hacen interrogatorios estúpidos e innecesarios… Tendrías que haberla oído a Nat anoche, ametrallándome a preguntas…-
-No hace falta.- Farfulló Tim mirándolo de reojo a Tom, quien ahora jugaba con la pelota pasándola de una mano a la otra. -Sufro el mismo interrogatorio frecuentemente.-
-¿Y cómo reaccionas?-
-Encerrándome aquí.- Respondió encogiéndose de hombros. –Justamente hoy había decidido que no entraría en todo el día. Pero aquí estoy. Siempre es más fácil huir que luchar.-
Sus miradas se cruzaron.
-Mierda.- Exclamó Tom, sorprendido- No me atrevo a imaginarme lo molesta que se pondría Nat si me encerrara cada vez que me canso de oírla.
-¿Cuán seguido pasa eso?-
Tom se quedó pensativo.
-Sólo cuando se pone densa interrogándome cual agente de FBI. O cuando insiste en que asistamos a reuniones con su familia. O cuando se pone a dar sermones insistiéndome que deje de fumar. O cuando…-
-Vaya…-Lo interrumpió Tim. -No creí que fuera tan terrible…-
-Creí que era normal en…Tú sabes, la vida de casados…-
-Tom, llevas casado tan solo un año…- le recordó Tim.
Tom suspiró abatido y se incorporó en la butaca para mirarlo a su amigo.
-Pues aconséjame entonces. ¿Qué se supone que deba hacer para mantener un matrimonio estable y libre de complicaciones?-
-No has dado con el indicado para responderte eso. Jesse quizás pueda ayudarte. O Richard…-
Ambos se quedaron en silencio. Al parecer, los dos estaban en un embrollo. Se sumieron en sus propios pensamientos, hasta que fue Tom el que volvió a hablar.
-Quizás deberíamos separarnos, Tim.- Dijo, con total naturalidad.
Su amigo lo miró incrédulo.
-¿De qué hablas?-
-Sí, separarnos y fugarnos a una isla remota. Tú podrás hacer música tranquilo sin que nadie te moleste, y yo podría jugar golf o mirar partidos de cricket sin ninguna voz chillona que me martille los oídos preguntándome por qué no paso tiempo con ella.- Respondió Tom, sarcásticamente.
-Suena a que lo tienes todo planeado…-Espetó Tim y le siguió el juego- ¿Y de que viviríamos, sabelotodo?-
-Pues, seguiríamos haciendo música, claro.- Respondió, como si fuera algo obvio.
-¿Desde una isla remota?-
-Sólo sería nuestro refugio. Un lugar donde no haya nadie a kilómetros de distancia.-
-Ya estamos en un lugar así: vivimos en pueblos en el medio de la nada.- le recordó Tim.
-No, pero me refiero a algo aún más lejos- Respondió Tom, serio- Donde nadie nos reconozca.-
-¿Descartado Sudamérica entonces?- Bromeó Tim. La alocada conversación lo estaba divirtiendo sorpresivamente.
-Exacto… me inclino más por una isla. Tendríamos el mar a tan solo pasos de nuestra casa. A ti te inspira el mar.-
-¿Nuestra casa?- Tim estalló en risas.- ¿Solo para nosotros dos?-
-Ese es exactamente el punto.-
-¿Y sin ningún otro ser humano habitando los alrededores?-
-Ajá.-
-De acuerdo…- Dijo Tim, no muy convencido. -Y a ver, ¿Richard y Jesse tendrían que viajar cada vez que tengamos que ensayar con la banda?-
-Pues sí… - Respondió Tom encogiéndose de hombros. -Y si no aceptan, quedaríamos solo tú y yo. Un dúo. No creo que los fans se opongan demasiado.-
-Tú y tu ego, Tom Chaplin. -Lo acusó Tim, divertido. Se le ocurrió una cosa más. -¿Y las mujeres?-
-¿Qué mujeres?
-Los hombres tenemos nuestras necesidades, ¿sabes...?-
-Y también tenemos dos manos, ¿sabes?-
Las risas de ambos se fusionaron, incapaces de seguir con esa conversación disparatada. Pero lo cierto es que no estaba demasiado alejada de los deseos profundos de ambos. Con todos los problemas maritales por los que estaban atravesando los dos, la idea de fugarse a una isla lejana sonaba extrañamente tentadora. Cuando las risas finalmente cesaron, el silencio reinó en el estudio. Ambos se habían vuelto a sumir en sus propios pensamientos y pasó un largo rato hasta que volvieron a hablar.
-Así que… -Comenzó a decir Tim, finalmente.- ¿Qué piensas decirle?-
-¿A quién?- Preguntó Tom quien al parecer aún seguía pensativo.
-A Nat.-
-¿De qué? ¿De nuestra fugada a la isla?-
Tim se tocó la frente con una mano y rió.
-¡De lo de Matthew!-
-Oh… Eso…-Dijo Tom largando un suspiro, como si acabara de recordarlo.- Pues no sé. Estoy enojado. Muy enojado. Anoche soporté todo su estúpido interrogatorio de preguntas absurdas ¿Para qué? ¡Para luego descubrir que mientras yo estaba trabajando ella se estaba reencontrando con Mathew McCannon!-
-Relájate, Tom.- Lo calmó Tim- Es solo un viejo amigo, de seguro no lo encontró tan importante como para contártelo apenas llegaste de viaje.-
-¿Solo un viejo amigo?- Preguntó Tom abriendo los ojos de par en par- ¿Te olvidas lo que hubo entre ellos en aquellos tiempos? ¿Te olvidas que abandoné la universidad porque no soportaba verlos juntos?-
Esta vez fue Tim quien abrió los ojos de par en par.
-Creí que la abandonaste porque querías dedicarte de lleno a nuestra banda.-
Tom carraspeó. Quizás había hablado de más.
-Pues sí, también. –Masculló, rascándose el cabello- Claro que la banda fue un gran impulso que me ayudó a decidirme a volver a Inglaterra. Pero también influyó el hecho de tener que tolerar ver a mi amigo con la mujer que yo quería para mí.-
            Tom no estaba bromeando. Sus recuerdos de su experiencia en Escocia no eran de los más felices. Al principio no había sido todo tan malo, se había divertido los primeros meses, haciendo travesías y pasando buenos ratos con Nat y Mathew, pero la pesadilla comenzó en aquella fiesta de navidad que había organizado la universidad. Nuevamente Matt había sido más rápido y la había invitado a Nat para que fuera su pareja en la fiesta. Tom no había tenido otra opción que invitar a Sarah, una muchacha con la que compartía clases de Técnica y Medios Artísticos. No había nada que tuviera en común con ella, pero era la única mujer de toda la universidad que sabía que le diría que sí sin rodeos. No solo porque no era lo que se podía llamar bonita, sino que además Tom sospechaba que tenía un cierto interés por él. Aparte de mirarlo más de lo debido durante las clases que compartían, también se encargaba de elegirlo a él en cada trabajo en equipo que les planteaba el profesor. Sin embargo, Tom no se quejaba de ello. Sarah era una de las estudiantes más destacadas de la clase, así que lo único que tenía que hacer él era acompañarla a la biblioteca y sentarse allí mientras ella se encargaba de leer libro tras libro completando el trabajo prácticamente por sí sola.  
            Desde el momento en que Tom se enteró que Nat había aceptado la invitación de Matthew, supo que había perdido toda chance con ella, si es que aún había alguna. Y lo terminó de comprobar en la fiesta. Tom finalmente había logrado zafarse de Sarah, quien no se despegaba de él ni por un minuto y parecía empecinada en hacerlo bailar a pesar de que él le había dejado bien en claro que era un pésimo bailarín. Se excusó diciendo que iría al baño, pero lo cierto era que quería ir en busca de Nat y Matthew, a quienes había perdido de vista hacía ya un largo rato. El corazón de Tom dio un vuelco cuando, haciéndose paso entre la gente, los encontró en el rincón más alejado, besuqueándose como si estuvieran unidos con pegamento. Todo lo que pudo hacer fue alejar su mirada de la situación, y dirigirse hacia la barra, completamente destrozado. Lo que sucedió el resto de la noche, ni él lo recordaba. Pero lo que sí recordaba era que a partir de esa noche, todo empeoró. Nat y Matthew comenzaron a salir formalmente, y Tom tenía que lidiar con situaciones incómodas más seguido de lo que hubiese querido. Había tenido que aprender a esconder su dolor cada vez que los veía besándose o caminar de la mano. Había intentado salir con otras mujeres para olvidarse de Nat, pero no encontraba que ninguna fuera tan especial como lo era ella. Cuando la situación se le hizo insostenible, lo cual ocurrió tan solo 4 meses después de la fiesta de navidad, Tom no tuvo otra opción que dejar la universidad y volverse a Inglaterra.

-¡Hey! ¿Hola?- Tom de pronto vio la mano de Tim agitándose en frente de sus ojos.-¿Estás escuchandome?-
-Sí, sí, discúlpame.-
-Parecía como si te hubiese tragado un agujero negro… ¿En que te quedaste pensando?-
-Recuerdos –Respondió Tom con su voz apagada, acomodándose en la butaca- Universitarios…-
-Oh deja de atormentarte con eso. Pasó hace muchísimos años.-
-Pero pasó, Tim. Estuvieron juntos.-
-Pero ella volvió a ti tiempo después, ¿lo olvidas?- Espetó Tim, haciéndolo entrar en razones. -Y se terminó casando contigo después de todo…-
-Sí, lo hizo…-Dijo Tom con su mirada perdida en algún punto de la habitación.
Recordaba su reencuentro con Nat, años después de que haber abandonado Escocia, en aquel pub londinense donde habían dado sus primeras presentaciones como banda poco antes de firmar con una discográfica. Recordaba cómo su corazón había dado un salto cuando la vio sentada junto a la barra, mirándolo con su radiante sonrisa. Cómo ella lo había recibido con un gran abrazo, sorprendida de encontrárselo allí. Y recordaba aún con más satisfacción la felicidad que había sentido en cada partícula de su cuerpo cuando ella le contó que lo suyo con Matt había terminado poco después de que él dejara la universidad. Después de aquel reencuentro, Tom decidió ser más rápido que nadie más: no iba a permitir que nadie volviera a quitarle a esa mujer. La invitó a salir sin dudarlo ni por un segundo. Y el resto, es historia.
-Pero…-Comenzó a decir Tom.
-¿Ahora qué?-
-Es que tendrías que haberlo visto, Tim. Ha cambiado mucho. ¡Maneja un Ferrari, por amor de Dios!-
Tim arqueó las cejas.
-¿Y tú que tienes aparcado ahora en la puerta de mi casa? ¿Una bicicleta? -
-Tú porque no lo has visto.- Repuso Tom, ignorando el comentario de su amigo. -Está hecho todo un ejecutivo. ¡Y se volvió estúpidamente apuesto!-
-Pues tienes suerte entonces. Te conseguiste una cita con él para el próximo viernes.-
Tom lo miró molesto.
-No es gracioso.-
-Tú eres el que dijo que se ve estúpidamente apuesto. Solo falta que te pongas a suspirar por él.-
-Justamente me preocupa que sea Nat la que se ponga a suspirar por él.-
-Oh vamos- Lo animó Tim- Tu no te ves tan mal.-
-¿Cómo es eso que no me veo tan mal?-
Tim se escogió de hombros
- Podría ser peor.-
-¿A qué te refieres?
-Nat se enamoró de ti cuando estabas hecho un desastre.-
-¡Hey!- Exclamó Tom, ofendido.
-Admítelo. Estabas gordo, pelilargo y desprolijo –Repuso Tim haciendo caso omiso de la expresión de descontento del rostro de Tom -Has mejorado mucho desde entonces.-
-Pero…-
-Pero nada, ya basta- Lo interrumpió Tim con voz cansina- Suenas a una adolescente envidiosa. El hecho de que Mathew se haya vuelto un hombre apuesto y exitoso no quiere decir que Nat vaya a acostarse con él.-
-Mi punto es…– Insistió Tom, y Tim revoleó los ojos -…Que si le gustaba Mathew cuando era un colorado hippie y desalineado, imagino que se le habrá caído la mandíbula al verlo como está ahora.-
-El pasado es pasado, Tom. Ella se ha casado contigo. No va a dejarte porque apareció un viejo ex novio.-
-Mira quien lo dice.- Repuso éste, mirándolo con los ojos entornados -Que harías tú si hoy volviera a aparecer…-
-Ni la nombres.- Lo interrumpió Tim, de pronto sepulcralmente serio -Eso es distinto.-
-¿Por qué lo es? También es alguien de tu pasado… Y tú aún hoy sigues recordándola.-
-Cierra la boca- Dijo Tim, cortante, cruzándose de brazos.
El silencio volvió a invadirlos. Tim se veía molesto, por lo que Tom decidió que era mejor no seguir insistiendo con el tema. Pero sorpresivamente, Tim volvió a retomarlo.
-Y es distinto…– Dijo de pronto, haciendo que Tom se sobresaltara un poco -…Porque yo no terminé con ella. Ella me abandonó. No me dejó opción, no me dio oportunidad de poder cerrar el capitulo. Desapareció. De un día para otro, como si nunca hubiese pasado nada entre nosotros.-
Tom se rascó uno de sus brazos, incómodo y sin saber bien que decir.
-Pero en el caso de Nat no fue así.- Siguió Tim- Ella terminó con Matt, de acuerdo con lo que te ha contado. Por lo tanto para ella sí es un capitulo cerrado. Ella decidió concluir con la relación. Sería estúpido que quisiera volver con alguien que ella misma borró de su vida años atrás.-
Tom asintió despacio, sin terminar de entender si su amigo estaba hablando de Nat o de él mismo y su propia experiencia.
 -Tienes razón. -Concluyó Tom- Además, si Matt se la lleva quizás me esté haciendo un favor.-
-Oh ¡por favor!- Exclamó Tim, irónico.- Nat te llega a abandonar y minutos después te tengo golpeando mi puerta, llorando como una niña.-
-¿Y qué te hace pensar que acudiría a ti en primer lugar?-
-Pues fue a mí a quien decidiste llamar porque “no sé qué hacer con mi vida, Tim”- dijo éste, emulando la voz de su amigo.
Tom sonrió.
-Gracias, amigo.-Dijo poniendo su mano en el hombro de Tim y poniéndose finalmente de pie.-Ahora será mejor que me vaya. Jayne te estará esperando con la cena.-
-¿No quieres quedarte a cenar?- Preguntó Tim. Sabía que a Jayne no le haría mucha gracia la idea, pero lo cierto era que a él tampoco le hacía gracia tener que pasar otro momento a solas con ella.
-Suena tentador- Respondió Tom, poniéndose su chaqueta. -Pero quiero hablar con Nat cuanto antes.-
-Entiendo- Tim se puso de pie para acompañar a su amigo hasta la puerta.
-Y si las cosas van mal, ya sabes: te vienes conmigo a la isla remota ¿de acuerdo?
Tim rió. Lo que deseaba volar a una isla lejana en aquel momento….
-Ve preparando el equipaje.- Dijo, abriendo la puerta de su estudio- A como van las cosas no me extrañaría que tengamos que volar cualquier día de estos.-
Ambos rieron y se dieron un abrazo de despedida. Tim observó a Tom mientras se subía a su Ferrari, y cómo desaparecía al final de la calle. De pronto volvió a sentirse sólo y desamparado. Deseaba poder desaparecer de allí, y aparecer en aquella isla de la que Tom le había hablado. Pero su realidad era otra, y tenía que volver a entrar a su hogar a enfrentarla.