Las
señales de la calle pasaban a toda velocidad mientras circulaba a 170 Km/h por la autopista.
Las luces de su auto precedían su marcha por el asfalto, al tiempo que “Tonight We Fly” de The Divine Comedy
sonaba en el estéreo. Tom cantaba al tope de sus pulmones, sintiendo cada una
de las palabras como propias. Era una de esas canciones que siempre conseguían
ponerlo de buen humor y lo hacían olvidar de todos sus problemas, sin importar
cómo se sintiese en ese momento. Ese era el efecto que la canción estaba
teniendo sobre él.
La música siempre había sido su lugar a donde huir. Recordaba las épocas en que contaba los minutos para volver a su casa del colegio y tirarse en la cama a escuchar música en su walkman. Ese era su momento de paz. Tom nunca lo había pasado bien en la escuela: los bullies se burlaban de su cara redonda y de su afinada voz, como si sintieran envidia de su don. Ser hijo del director no lo ayudaba en absoluto.
La música siempre había sido su lugar a donde huir. Recordaba las épocas en que contaba los minutos para volver a su casa del colegio y tirarse en la cama a escuchar música en su walkman. Ese era su momento de paz. Tom nunca lo había pasado bien en la escuela: los bullies se burlaban de su cara redonda y de su afinada voz, como si sintieran envidia de su don. Ser hijo del director no lo ayudaba en absoluto.
-Ahí viene cara
de bebé Chaplin-
-Oh, ¿has salido de
la cuna?-
-Seguro va a cantar
con el coro de maricas.-
-¿Qué vas a hacer?
¿Acusarme con tu papá?-
-El bebé siempre
tiene a su papi cerca.-
Solo había una persona que lo defendía de esos
ataques: Tim Rice-Oxley. Con su voz grave y madura para su edad, nunca había
dudado en levantar la voz para defenderlo. El hecho de contar con un amigo 3
años mayor que él era una enorme ventaja para Tom, especialmente si este amigo
les llevaba un metro de altura a todos sus compañeros. Pero Tim no podía estar
presente para defenderlo siempre; en cambio la música siempre había estado ahí
para reconfortarlo.
-Hasta en la época
oscura-, recordó Tom.
Sacudió su cabeza como si así pudiera espantar
rápidamente todos los pensamientos de aquella época y volvió a prestar atención
a la vía. Conocía el trayecto desde la casa de Tim hasta su casa de memoria,
pero aun así, un GPS insistía en mostrarle el camino más corto. Quizás no debería tomar el camino más corto,
pensó. Volvió su vista al reloj del auto y vio que marcaba las 7:15 de la
tarde. Podía desviarse un poco y aún así llegaría a tiempo para la cena, si era
que Nat estaba preparando alguna. Sí, aún tenía tiempo para pensar
tranquilamente.
El cartel de una localidad que conocía a la perfección
apareció en su rango de visión: Bexhill-On-Sea,
5 Km . Bexhill-On-Sea
era un pequeño pueblo a orillas del mar a donde Tim y Richard solían ir
frecuentemente cuando eran niños. En ocasiones Tom también lo hacía, pero dado
que era frecuentado mayormente por gente de avanzada edad, solía aburrirse
allí. A medida que fue madurando, su interés por aquel pueblo fue aumentando.
Con el tiempo descubrió que era un excelente lugar para relajarse, y llegó a
desarrollar un gran cariño hacia él. De pronto, estacionar el auto por West
Parade y caminar hasta la orilla del mar para arrojar unas cuantas piedras
al agua le resultó una idea extremadamente tentadora.
Tom bajó de su Ferrari y cruzó West Parade mirando hacia ambos lados sólo por costumbre, ya que no
vio ningún auto pasando en kilómetros. Era la hora de la cena y la costa se
encontraba desolada, lo cual significó un gran alivio para él. Eso era todo lo
que necesitaba: un momento de soledad. Mientras bajaba por la rampa que conducía
a las orillas del Canal de la
Mancha , tanteó el bolsillo de su chaqueta negra y sacó su
paquete de cigarrillos. Tuvo que detenerse para encenderlo, puesto que la brisa
del atardecer se empeñaba en extinguir el fuego de su encendedor. Una vez que
logró prenderlo, le dio una pitada y prosiguió su marcha. Sintió que una de las
cientos de piedras que cubrían el suelo se le colaba por el agujero que tenía
en la suela de su zapato derecho. Maldiciendo por lo bajo se volvió a detener, dejó
el cigarrillo balanceando entre sus labios y, con ambas manos libres, se quitó
el zapato librándose de la molesta piedra. Al llegar a la orilla el aroma
salobre del mar le inundó los pulmones. El sonido de las olas arrematando
contra la costa actuaba como calmante. A pocos metros del mar, apoyó una de sus
manos sobre el sinfín de piedritas redondas y se sentó a contemplar como el
cielo anaranjado comenzaba a apagarse y empezaban a brillar las primeras
estrellas sobre el mar. El agua reflejaba un paisaje calmo y tranquilo. Todo lo contrario a como se encontraba su vida en
aquel momento.
¿De verdad solo habían pasado 2 días desde que había
vuelto? El hecho de que aún tenía por lo menos 10 días más en el pueblo le
resultaba agobiante. ¿Qué iba a hacer, ir molestar a Tim todos los días? No
entendía por qué le costaba tanto volver a su casa. Quizás Tim tenía razón,
había estado exagerando el tema desde el principio. Que Nat y Matt se hayan
visto una vez no significaba que su esposa lo había engañado, ¿No? Además, Tom
estaba seguro de que su esposa lo amaba más que a ningún otro ser en la tierra.
De no ser así no le hubiera exigido formar una familia, ¿Verdad? Sí,
definitivamente el cansancio de la vuelta le había jugado en contra. No había
nada de malo en su relación. Nada había sucedido.
Terminó su cigarrillo y lanzó la colilla al agua. Se
quedó contemplando ciegamente el horizonte hasta que el frío, el hambre y la
oscuridad lo hicieron levantarse. No tenía ni idea de que hora era, pues no
llevaba reloj de mano y tenía su celular apagado. Lo había mantenido así desde
que había salido de su casa esa tarde, y no pensaba volver a prenderlo hasta
que volviera.
Las luces en los edificios de la costa lo guiaron
hasta la calle. Supuso que la gente que
habitaba en esos apartamentos se encontraría mirando algún insulso programa de
entretenimientos en la televisión, descansando después de un arduo día de
trabajo y con las panzas llenas. El gruñido de su estómago le recordó que no
había ingerido nada desde esa mañana. Era hora de volver. Buscó en su chaqueta
las llaves de su auto y accionó la alarma. Los faroles de su auto titilaron,
saludando su regreso. Abrió la puerta y se sentó en el asiento del conductor.
Mientras encendía el motor nuevamente, algo captó su atención. A unos pasos más
allá, un hombre salía de uno de los apartamentos con las manos enfundadas
dentro de su tapado. Mientras cruzaba por la calle, las luces de un coche
estacionado del lado opuesto de la calle se encendieron y apagaron intermitentemente.
Reconoció el auto de inmediato, al igual que aquella radiante cabellera
colorada.
Debía de haber solo 2 Ferraris iguales en toda la
costa de East Sussex. ¿Por qué justo tenía que aparecerse por allí al mismo
momento que él? Se quedó quieto un segundo y luego recordó que probablemente
Matthew no supiera que Tom tenía una Ferrari. Por lo menos, no se lo había
comentado. Vio como Matthew se subía a su auto y arrancaba. Lo mejor, pensó
Tom, sería esperar a que desapareciera de su vista para salir. No quería tener
otro encuentro con él.
Esperó hasta que el semáforo que lograba ver dos
cuadras más allá pusiera luz en verde para arrancar. Decidió hacerle caso a su GPS y tomó el camino más rápido para
volver. Pero, una vez en la autopista, la figura del auto gemelo con el que no
deseaba cruzarse volvió a aparecer a unos coches de distancia. Comenzaba a
odiar su presencia. Respiró hondo y trató de evitar pensar en ello, pero cuando
vio que ponía el guiño para bajar en la misma bajada que él no pudo evitar maldecir
en voz alta. Ahora que solo dos autos los separaban, era imposible que Matthew
no se hubiera percatado de su presencia. Rezó por que aquello no aflorara dudas
en él y giró en la primera esquina. Supuso que si iba por la calle paralela a
la avenida no deberían cruzarse. El Cavallino
Rampante volvió a aparecer en su campo visual a unas cuadras de distancia.
Debía de ser una broma. Cuando apenas los separaban unos pocos metros, la Ferrari de Matthew puso
balizas. Una gota de sudor corrió por su frente. Suspiró de alivio cuando vio
que la misma doblaba para entrar en una residencia.
Al segundo que Tom posó la vista sobre la residencia
le quedó bien en claro que Matthew no se estaba alojando en un hotel. Era una casa
ostentosa, de dos pisos, con un gran árbol de abeto en la entrada muy similar
al que años antes habían talado sus vecinos frente a su casa. Definitivamente
Matt tendría algo que aclararle cuando se encontraran. Volvió su vista a la
calle, un poco aturdido. No veía la hora de llegar a su casa, comer lo que
hubiera de cena y tirarse a dormir para que aquel día terminara por completo.
-Quizás no deberías permitir que Tim te deje
trabajando hasta tan tarde- Inquirió Nat, desde la cocina. –Siempre vuelves
extenuado.-
Tom levantó con el tenedor un gran trozo de bife y se
lo metió en la boca. Se encontraba sentado a la mesa del comedor, solo, con una
jarra de agua a medio terminar sobre la mesa como único acompañante. Había
arribado a su casa para encontrar a Nat lavando los platos, quien (luego de
mirarlo fugazmente de reojo y saludarlo con un seco –Hola-) había procedido a ignorarlo completamente. Tom se había
acercado a su esposa con cautela, le había dado un beso (el cual ella no le
devolvió) y fue ahí que se dio cuenta de que había llegado tarde para la cena.
-Se estaba haciendo
muy tarde.- Se
defendió Nat.
-Pero podrías haberme
esperado.- Le
retrucó Tom, molesto de que su esposa no hubiera podido esperarse unos minutos
más para cenar con él.
-¡Pensé que no vendrías!-
-Te he dicho antes de
salir que volvería para la cena-
-Y yo te he llamado 6
veces al teléfono. Nunca respondiste.-
-Se agotó la batería.-
-¿Y no se te ocurrió que
podías llamarme desde la casa de Tim?-
-Podrías haber hecho
la llamada tú en ese caso-
-No quería molestar a
Jayne.- dijo Nat,
para luego acotar amargamente: -Seguro
que ella sí tiene la posibilidad de ver a su marido en su casa más de 5
minutos.-
-¿Disculpa? ¡Si
recién he vuelto!-
-Sí, y ya te has
ocupado en desaparecer de mi vista.-
-¿Estás insinuando
que lo hice a propósito?- dijo Tom, arqueando una ceja y tratando de evitar que sus emociones lo
delataran.
-Pues no te vi
en casa más de 5 minutos hoy. Y sabías que era mi día libre.-
Tom no lo sabía.
-Pues ahora estoy
aquí.- Dijo Tom, tratando
de disculparse. -¿Qué quieres hacer?-
-Salgamos a algún
lado.-
-…estoy muy cansado.-
respondió Tom, con
franqueza. Se dio cuenta al instante que no había pensando muy bien su
respuesta.
-¡Muy cansado!- Había exclamado Nat, con
indignación, para luego apartarse de su vista y retirarse dejando a Tom con las
palabras en la boca.
Aparentemente, nada de lo que diría esa noche podría
conformar a su esposa. Estar comiendo ahí sentado y sólo en aquella mesa le
recordó por qué no quería volver a su casa. Era una humillación tal que Tom ni
se atrevió a dirigirle la palabra cuando su mujer pasó -sin mirarlo- por su
lado y se dirigió al cuarto.
Al momento de subir al altar para dar el ‘sí’ Tom
nunca se había imaginado que las cosas serían de este modo. Habían sido una
pareja estable antes de casarse, cuidándose las espaldas por 10 años. Que iban
a terminar viviendo toda su vida como marido y mujer era algo previsible para
todos los que los conocían. Y la verdad era que Tom nunca se había sentido tan
seguro de tomar una decisión en su vida como en el momento en que se había
arrodillado al piso en aquel restaurante y le había pedido la mano, en frente
de todos los comensales. Se había sentido feliz.
Pero las cosas habían cambiado. Los cuestionamientos, que antes solo habían
durado unas horas, comenzaron a hacerse más frecuentes desde que se habían
casado, y aún no entendía muy bien por qué. Y si había algo que Tom no podía
soportar era que lo cuestionaran por hacer las cosas que a él le placían. Pero
pensándolo bien, ¿no había sido así desde que la conocía?
-¿No has tomado
suficientes cervezas ya?-
-¿Qué haces fumando?-
-¿Qué haces rezando?-
-¿Golf? ¿Por qué no
haces algún deporte en el cual realmente hagas ejercicio?.-
-Basta, basta, basta.- se repitió a sí mismo, mientras
levantaba su plato y lo llevaba a lavar a la cocina. Se quedó a enjuagar sus
cubiertos, su plato y su vaso. Volvió a colocar la jarra de agua en la heladera
y guardó las sobras de la cena en un tupper.
Se dirigió al living, y se acomodó en el gran sofá de color bordeaux que se
encontraba enfrentado al televisor de 42 pulgadas . Lo
encendió e hizo zapping hasta que dio con una película que creía haber visto
alguna vez pero no recordaba su nombre. Se quedó observando fijamente la
pantalla pero sin prestarle demasiada atención. Se ensimismó en sus propios
pensamientos casi sin darse cuenta…
El sol le daba directo en el rostro y le hacía doler
los ojos. Intentó protegerse con una mano, pero al hacerlo sintió como unas
ásperas partículas se colaban entre los dedos y caían por su rostro. Se levantó
de golpe, sintiéndose mareado, y por un segundo se le nubló la vista. A su
alrededor no veía nada. Lo único que podía sentir era el contacto de aquello
áspero rozándole la piel, que se sentía como algo que ya había experimentado
antes… ¿Acaso era arena? De a poco su vista se fue acostumbrando a la
enceguecedora luz y se dio cuenta de que se encontraba en una duna. Las
partículas de arena volaban a su alrededor, sacudidas por el viento y formando
remolinos. Comenzó a caminar sin un rumbo determinado, siguiendo al viento, para
escalar una de aquellas dunas. Al llegar
al pico no pudo evitar lanzar un suspiro: unos metros hacia abajo se extendía
un mar del azul más oscuro que jamás había visto. Podía escuchar el sonido de
las olas alcanzando la costa. Comenzó a bajar por la pendiente en dirección al
agua, y a medida que lo hacía divisó una cabaña a lo lejos. Una cabaña pintada
de blanco, en el medio de aquel mar de arena y agua. Supuso que valdría la pena
echarle un vistazo, así que cambió su rumbo para dirigirse a ella. A unos
metros de distancia se dio cuenta de que la chimenea de la cabaña emanaba un humo
blanco. ¿Quién podía vivir en aquel inhóspito lugar?
Con cautela, rodeó la casa hasta encontrarse en la
puerta de la misma y llamó dos veces. El silencio que precedió le hizo creer
que no había nadie. Volvió a llamar dos veces a la puerta cuando escuchó un
grito:
-Ey, ¡Tom!-
Tom sintió que su corazón dio un vuelco al reconocer
aquella voz. Solo para confirmarlo, giró su cuerpo para enfrentar a la persona
que acababa de hablar. Tim Rice-Oxley se encontraba sentado a escasos metros y
lo saludaba con una amable sonrisa. En sus manos tenía una guitarra acústica.
-¡Tim! ¿Qué haces…?-
-Estaba trabajando en una canción nueva.- Dijo, con
total naturalidad –Encuentro la playa como un lugar maravillosamente inspirador
para componer.-
Tom se acercó a su amigo y esbozó una sonrisa. No
tenía ni idea de qué estaba haciendo allí, pero encontrarse con una cara
conocida le resultó reconfortante.
-A ver, tócamela.-
Tim asintió y apartó su mirada hacia el mar. Al tiempo
que Tom se sentaba a su lado, Tim comenzó a rasgar unas cuerdas. El sonido que
procedía de aquella guitarra era increíble: los acordes se fusionaban entre sí
y daban la impresión de contar una historia, una historia sin lírica pero que
de alguna manera su corazón podía entender. Tom observaba cada movimiento de
los dedos de Tim sobre aquellas cuerdas con admiración: tocaba como si no le
costara ningún esfuerzo pasar de un acorde al otro sin mirar al instrumento. La
expresión del rostro de Tim mientras observaba al mar captó la atención de Tom.
Su mirada era serena, tranquila, como influida por la música que él mismo
estaba generando. Tom se detuvo en el perfil de sus pestañas, de su nariz, de
su boca… Las mejillas de Tom comenzaron a arder al darse cuenta de que lo
estaba observando demasiado. Para beneficio de Tom, Tim se encontraba demasiado
inserto en su música para notarlo. Era Tim,
su amigo de toda la vida. No debería resultarle atractivo. -No debería…- pensó y se mordió el labio
inferior, apartando la vista. Tardó unos segundos en darse cuenta de que la
música había cesado y ahora los inundaba el silencio. Miró de reojo a su amigo
y vio que aún permanecía con la vista sobre el horizonte. Creyó que el tiempo
había parado por un segundo.
-Es espectacular, Tim.- Musitó Tom, atónito. –Muero
por escucharla terminada.-
-Gracias.- Dijo Tim sonriendo tímidamente y bajando la
vista, como solía hacerlo.
-¿Aun no tiene letra?-
-En realidad sí, pero mi voz no es lo suficientemente
buena para cantarla.- Espetó Tim, y colocó sus impresionantes ojos azules sobre
los de Tom, ampliando la sonrisa y añadiendo en un susurro: -Por eso me alegro de tenerte aquí.-
El corazón de Tom dio un brinco. Había algo en esa
sonrisa, en la sensación de calor que le producía estar cerca de su amigo, en
el cálido resplandor de esos ojos azules reflejando el color del mar y el
cielo, algo que estaba más allá de todo lo que alguna vez había sentido cerca
de Tim… Y si no apartaba la vista iba a hacer algo muy tonto, lo sabía. Pero
Tom no tuvo ni tiempo de apartar la vista. Con un movimiento rápido Tim lo
había tomado del cuello, girando su cabeza para obligarlo a enfrentar sus
rostros y adelantando su cuerpo para arremeter contra sus labios, dejando que
la guitarra cayera a su lado con un ruido seco. Tom no ofreció resistencia. Sus
labios se fundieron en un apasionado beso, como si sus cuerpos hubieran estado
deseando aquello mismo hacía tiempo y eran ellos los que recién estaban
comenzando a descubrirlo... Un escalofrío recorrió la espalda de Tom cuando
sintió que Tim ejercía peso para colocarse encima de él, dejando a Tom de
espaldas en la arena e indefenso frente a aquel arrebato de pasión…
Un
beso húmedo sorprendió a las mejillas de Tom. Estiró una mano para tocar el
pelo de Tim pero lo sintió demasiado largo y enrulado. Abrió sus ojos de par en
par para encontrarse frente a frente a un hocico húmedo negro y dos ojos pequeños
y marrones observándolo fijamente. Del susto dio un respingo y asustó al
animal, quien se retiró de inmediato en dirección al dormitorio. Apoyó uno de
sus brazos contra el sillón y, con los ojos entrecerrados por la luz, notó que
el televisor seguía encendido. Echó un bufido e intentó buscar el control
remoto, que encontró a unas palmas de distancia. Giró en sí en el sillón y
apagó el televisor con el accionar de un botón. Echó el control remoto al suelo
y volvió a cerrar los ojos.
La
primera imagen del sueño que volvió a su mente fue la de Tim abalanzándose
sobre su cuerpo. En la oscuridad del living abrió sus ojos y frunció las cejas,
perturbado. ¿¿Había estado besando a Tim??
No. No. No. Imposible. Mierda, ¿Por qué ese sueño se había sentido tan real?
No, Tom jamás se había sentido atraído por Tim, de ninguna manera. En su mente
se repitió que aquel debía de haber sido el sueño más traumático que jamás
había tenido. ¿¿Acaso una parte de su
cerebro no había entendido que todo aquello de irse a vivir solos a una isla
era en broma??
Ahora
no podría dormir. Con esas imágenes del cuerpo de Tim sobre la arena, de sus labios rozando los suyos, del color
inhumano de sus ojos… Una mueca de asco cruzó su rostro. Juró que tenía que
dejar de pensar en ello o vomitaría.
Se
levantó del sillón sintiéndose como si hubiera sido arrollado por un camión con
acoplado. Tenía el pelo pegado al rostro, le dolía mucho la espalda y el
cuello, y como si fuera poco le estaba empezando a doler la cabeza. Ni siquiera
sabía qué hora era. Se arrastró hasta la cocina y encendió la luz. Una vez que se
acostumbró a la misma se acercó a la heladera y sacó una pequeña botella de
agua mineral. Fue a sentarse en la mesa del desayunador y recordó que aún
llevaba su celular encima. Lo sacó del bolsillo de su pantalón y lo encendió.
Lo
primero que apareció en la pantalla de su celular fue un aviso: “Tienes 8 llamadas perdidas”. ¿Ocho?
Abrió el registro de llamadas y leyó:
Nat 6:30 pm
Nat 6:32 pm
Nat 6:40 pm
Nat 6:58 pm
Nat 7:27 pm
Nat 7:35 pm
Terry 12:32 am
Terry 02:41 am
¿Terry? ¿Quién
demonios era Terry? ¿Y por qué había estado llamándolo a las 2:41 am? Se le
ocurrió fijarse la hora que era en aquel momento. El celular le indicó que eran
las 3:01 de la mañana.
Confundido, buscó en sus contactos por el nombre
“Terry” y se quedó observando fijamente el número hasta que lo reconoció. Era
el mismo número que conocía de memoria y que esa misma tarde había marcado
desde el teléfono de su casa. El número de Tim.
Tom se tomó un segundo para destapar la botella de
agua y le dio un pequeño sorbo. Volvió a prestarle atención a su teléfono y se
dio cuenta de que varios de los nombres de su agenda habían sido alterados:
reconoció el número de Richard Hughes como “Dickie
Mc Hughes” y el de Jesse Quin como… “The Amazing Mr Quin”.
Jesse, dijo una voz en su interior y
revoleó los ojos. De alguna manera había logrado usurparle su teléfono en medio
del vuelo de regreso a casa y le había vandalizado la lista de contactos. Tomó
nota mentalmente de devolverle la broma; pero en ese momento había un asunto
más importante al que debía responder.
Tim había estado llamándolo durante la noche. Para ser
más precisos, lo había llamado hacía 20 minutos. No era usual que Tim se
quedara despierto hasta altas horas de la noche… a excepción, quizás, de las
veces que iba de visitas al pub. Pero en ese caso, ¿con qué motivo lo había
llamado? Quizás solo se encontraba ebrio. Decidió que dejaría el celular
encendido el resto de la noche: sin dudas si se tratara de algo urgente Tim lo
llamaría pronto.
Preguntándose por qué todo tenía que revolver
alrededor de Tim esa noche, dejó la botella de agua sobre la mesada de la
cocina y se dirigió a su cuarto. Mientras subía las escaleras, se vio invadido
nuevamente con imágenes de Tim encima suyo sobre la arena, de sus labios contra
los suyos, de su lengua arremetiendo contra… ¿Qué demonios sucede conmigo? Irritado, sacudió su cabeza
intentando desvanecer aquellas imágenes nítidas que no dejaban de torturarlo e
ingresó a su cuarto. Encontró a Nat profundamente dormida: su pequeño cuerpo,
de alguna manera, había encontrado la manera de ocupar casi todo el ancho de la
cama King Size. Tratando de hacer el
menor ruido posible, dejó el celular sobre la mesita de noche y se quitó la
ropa, quedándose únicamente en sus blancos y ajustados boxers. Dejó el resto de
sus prendas sobre la silla que se encontraba junto al gran ventanal de su
habitación y, tratando de no despertar a su esposa, se recostó en el pequeño
espacio de la cama que quedaba libre. Se acomodó enfrentando espalda con
espalda con Nat y pasó uno de sus brazos debajo de la mullida almohada. El
calor y la comodidad de la cama lo invitaron a cerrar los ojos, pero cuando lo
hizo la imagen nítida y tangible de Tim sonriéndole provocativamente apareció
frente a él. Demonios. Con los ojos
abiertos de par en par, aterrorizado de lo que pudiera suceder si volvía a cerrarlos
otra vez, giró en sí quedando mirando a la espalda de su esposa.
La luz de la luna se coló a través de la ventana y le
permitió ver con detenimiento la figura de Nat. Lo primero que notó fue que se
había puesto un camisón de encaje corto; el preferido de Tom. Un poco
confundido y aliviado a la vez, suspiró al darse cuenta de que aún le resultaba
atractivo el modo en que la tela se le ceñía alrededor de la cintura, la ligera
transparencia que le permitía ver la piel debajo de la tela... Estiró un brazo
y lo envolvió alrededor de su cadera, adelantando su cuerpo para apoyar su
cabeza sobre su espalda. La necesitaba cerca para alejar su mente lo más rápido
posible de aquel perturbador sueño. Tenía ganas de despertarla, de pedirle
perdón, besarla y recordarse a sí mismo de quien se había enamorado. Nat se dio
vuelta entre sueños y Tom se quedó mirándola frente a frente. Era fácil
olvidarse de lo difícil que podía ser tratar con ella viéndola allí, indefensa,
sin el ceño fruncido o las muecas de enfado que le había dirigido durante la
cena.
Quizás
no debería haber huido a lo de Tim esa tarde. De no haberlo hecho, quizás hasta
hubiera podido arreglar las cosas. Pero aún no era demasiado tarde: tenía 10
días más para demostrarle a su esposa que él se preocupaba por ella. Si mal
no recordaba, Nat le había mencionado que tendría una exposición en su galería al
día siguiente... De ser así, decidió que la acompañaría. Eso la pondría contenta. Luego
podría planear un viaje, algo para alejarla del pueblo donde vivía encerrada el
resto del año. Con suerte eso lograría quitarle el enojo. Diez
días parecía poco tiempo, pero sabía que para él se le iban a hacer eternos.
Aturdido con esos pensamientos, volvió a girar en sí
dándole la espalda a Nat. Intentó poner su mente en blanco: si seguía pensando
sabía que pasaría la noche entera sin dormir y no quería amanecer como un
zombie malhumorado al día siguiente. Eso no ayudaría a arreglar las cosas con
Nat. Casi sin darse cuenta, llevó su mano a su mesita de noche y agarró su
celular. Le echó un vistazo, pero para su profunda decepción la pantalla solo
le devolvió la hora. No había más llamadas perdidas, ni mensajes, ni nada. Al
volver a dejarlo de vuelta donde estaba, no pudo evitar volverse a preguntar
por qué lo habría llamado Tim. Se arrepintió de ello al instante: su mente le recordó
el sueño inapropiado que había tenido y tuvo que cerrar los ojos, apretándolos
por demás. Definitivamente no le contaría a nadie acerca de ello. A nadie.
Después de todo su único y más fiel confidente era el mismo Tim, y claramente
no se imaginaba contándoselo. Era realmente perturbador, no encontraba
explicación a semejante sueño.
El inconsciente era algo que siempre le había atraído:
había tenido interminables charlas al respecto con su esposa y con sus amigos.
Recordó que Shona, la esposa de Richard, una vez le había mencionado que los
sueños eran el reflejo de los más profundos deseos o temores que uno llevaba en
su interior. Definitivamente el que había tenido hacía unos minutos era un
reflejo de eso último. La idea de estar besuqueándose con su mejor amigo tenía
que ser más una pesadilla que otra cosa. Sí, era cierto que siempre había tenido
un cariño especial con Tim; un cariño y una cercanía que jamás había vuelto a conseguir
con ninguno de los amigos que se había hecho a lo largo la vida. ¿Pero de ahí a
desearlo...? No, definitivamente no. No
tenía por qué haber algún significado oculto en el sueño, pero cuanto más
pensaba en ello, más perdido se sentía. Y lo que lo terminó de desconcertar fue
sentir que, a medida que se iba quedando dormido pensando no en otra cosa que
en el sueño, esa sensación de repulsión que había sentido al despertar había
desaparecido.